Con el agua hasta el cuello

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

La lluvia y el viento hacen languidecer todo tipo de negocios

07 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Elevada a la categoría de arte u observada como un fenómeno atmosférico más, la lluvia está dando este invierno mucho de qué hablar. Las conversaciones sobre meteorología no son, en este arranque del 2014, un simple relleno de silencios incómodos. A base de reiteración, la lluvia y el viento comienzan a alterar nuestro día a día. A fin de cuentas, por mucho que el espíritu galaico se aferre a aquello del «e se chove, que chova», ¿quién se mete en la peluquería cuando el mapa del tiempo anuncia lluvias y rachas de fuerte viento? En las peluquerías contestan pronto a esta pregunta: estos días hay muy poco trabajo, y hasta las clientas más puntuales cancelan sus citas a la espera de que el cielo se cierre. «Es normal, sales de aquí peinada y llegas a casa fatal».

Pero la cosa no va solo de peinados. En los comercios están en pleno cambio de temporada, pero cayendo el diluvio universal en la calle, dentro de las tiendas no hay quien se acerque a los percheros que prometen primavera. Si, como parece, tenemos invierno para rato, hacer el cambio de armario puede esperar.

Sin mercado y sin plaza

Quienes esperan, cargadas de paciencia, son las vendedoras de la plaza de abastos de Vilagarcía. Las peixeiras tienen poco producto, pero ni así consiguen colocarlo. También Celina, que tiene un puesto de verduras, echa de menos a unos clientes que ni siquiera hacen acto de presencia martes y sábado, los «días de vender» por antonomasia. Y es que, con lluvia y viento (y más lluvia y más viento) los vendedores ambulantes desisten de convertir el entorno del río de O Con en un bazar en el que se puede encontrar de todo. Echan cuentas y, sumando gastos y mojadura, no le dan los números.

Tampoco parece que le estén saliendo bien las cuentas a Juan Sandoval. «Sabía que en Galicia llovía, pero unos temporales así no los había visto yo en mi vida», dice este murciano que vende naranjas en la rotonda de Barrantes. Estos días pasa mucho tiempo dentro del vehículo, y cada vez que un coche se para «me llevo una alegría». Porque son pocos los conductores que desafían al clima para comprar cítricos, aunque sean de primera.