Con el paso de las horas, a medida que han ido trascendiendo informaciones, reacciones y comparecencias públicas al hilo de esta crisis, parece cada vez más evidente que algo no ha funcionado bien. La ausencia absoluta de autocrítica y la tesis de que todo funcionó correctamente a pesar de las inéditas imágenes que se vivieron esta semana parecen un burdo intento de cerrar, en falso, este lamentable episodio.
Para echar aún más leña al fuego, Covadonga Salgado se descolgó ayer con afirmaciones tan sorprendentes como desafortunadas. Si comparar a nuestro sector con el de Nueva Zelanda resulta cuando menos un exotismo, la mera alusión al autocontrol por parte de los comercializadores genera pánico. Alimenta esa sensación de que lo urgente ahora es echar balones fuera para zanjar una crisis que, les guste o no a los responsables del Intecmar, ha socavado la imagen de solvencia que se ha forjado este centro.
Si como ciudadano no me gusta oír hablar del autocontrol de la salubridad del producto -ya saben, alguien podría tener la tentación de elevar sus beneficios a costa de ajustar sus gastos-, como gallego me horroriza. Entiendo que el control sanitario y la trazabilidad de los productos marisqueros debe estar en manos de la Administración, porque lo que está en juego es un pilar de nuestra economía. Miles y miles de empleos, dicho en román paladino. Así ha sido durante años, y así debería seguir siendo si lo que se pretende es cuidar del sector.
En lugar, por tanto, de apuntar en otras direcciones, en el Intecmar podrían realizar análisis en fin de semana, tal y como se hacían en el pasado. Especialmente en épocas como esta, cuando todos los agentes del sector se juegan mucho. Es solo una sugerencia, que sospecho no servirá de nada, habida cuenta de que aquí todo funcionó a las mil maravillas y el único causante de lo ocurrido es esta nueva modalidad de marea roja ultrarrápida. Oremos, pues, para que no vuelva.