¿Es este un país para viejos?

Jesús Merino PROFESOR DE FILOSOFÍA

AROUSA

16 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

La famosa escritora británica P.D. James planteaba en una de sus novelas, «Hijos de los hombres», la siniestra hipótesis de una Inglaterra apocalíptica en donde hacía varios años que no había nacido ningún niño. Nadie sabía la causa de esa infertilidad.

Sin llegar a esa terrible situación, parece que las predicciones se van cumpliendo: ya hay más muertes que nacimientos. Este aséptico dato estadístico nos brinda diversas posibilidades de lectura. ¿Qué nos está pasando? ¿Hay alguna lógica en este proceso? ¿Nos espera un mundo estéril?

En los países que se llaman a sí mismos desarrollados cabe pensar que engendrar un hijo es el resultado de una decisión meditada y responsable, aunque las estadísticas no siempre coincidan con este supuesto. Actualmente parece que cada vez es más complicado el proceso de embarcarse en la aventura reproductiva. Debe ser que nos da miedo la realidad que hemos producido entre todos, hasta el punto de que no queremos poner en ella a criaturas inocentes. Este mundo civilizado y tecnológico no es percibido como un hogar acogedor.

Si esto es así, el diagnóstico de nuestra sociedad es demoledor: nos estamos convirtiendo en una sociedad sin esperanza. Hay pocos desiertos tan terribles como esas numerosas aldeas en las que sólo viven viejos. No hay peor soledad que la ausencia de voces y cantos de niños que juegan en la calle.

Como somos un país bastante dado a los extremos, parece que hemos pasado del esplendor consumista al pesimismo más tenebroso. Afortunadamente todavía nos queda la capacidad de imaginar qué mundo queremos construir. Pongámonos a la tarea. El tiempo apremia.