El clima amenaza con frustrar la repoblación del monte de A Illa

AROUSA

Las lluvias del verano y la sequedad del otoño dejan en el aire la viabilidad de los 4.000 árboles plantados en marzo

06 dic 2007 . Actualizado a las 02:00 h.

El 7 de agosto del 2006, las campanas de A Illa tocaron a rebato: el monte ardía. Aunque un ejército de isleños y de turistas intentó entonces parar las llamas, durante los días siguientes el fuego se alió con el viento y fue saltando de copa en copa hasta arrasar por completo hasta diez hectáreas de bosque, convirtiendo en ceniza muchos árboles plantados diez años atrás por los comuneros y llegando a poner en peligro al parque natural de O Carreirón, el auténtico tesoro del municipio.

Pero derrumbarse ante la fatalidad no es una característica del way of life isleño. Todo lo contrario: siete meses después de la tragedia, unas 300 personas, entre ellas muchos niños, participaron en una plantación masiva de nogales, arces, cerezos y carballos. «É importante que este verán chova un pouquiño para conseguir que as árbores vaian arriba», decía entonces Juan Jesús Diz, el presidente de los comuneros. Alguien arriba oyó sus súplicas, el verano pasó lluvioso y el verde empezó a agromar en el monte. Pero la sequedad otoñal ha podido dar al traste con ese emerger del color de la esperanza.

El revés

«O verán foi moi bo. As árbores estaban todas brotadas, con verde. Pero logo chegou a sequía e non tiñan raíces suficientes para alimentar tanto verde», explica el presidente de los comuneros isleños. Así que, argumenta Juan Jesús Diz, «hai moitas plantas que morreron, anque haberá que esperar a ver se algunha recupera». A lo largo del próximo año podrá saberse ya si el trabajo realizado por unos 300 voluntarios en el mes de marzo se ha perdido a causa de un clima «que anda revolto. As estacións están alteradas, por moito que non o queiramos crer».

La comunidad de montes había devuelto a la tierra isleña unos cuatro mil ejemplares de especies autóctonas. La mayor parte de esas plantas habían sido cedidas por administraciones como Medio Rural, el Concello o la asociación Gaia. Muchas ya eran grandecitas cuando se plantaron, y eso podría haberlas perjudicado después, cuando el tiempo empezó a torcerse. «As veces é un erro poñer exemplares demasiado grandes. Pero eran os que nos donaron, e plantounos a xente. A mesma xente que fóra antes a apagar o lume foi despois a axudar a plantalos», recuerda Juan Jesús Diz.

El presidente de los comuneros isleños no se deja vencer por la impaciencia. Quizás sea porque sabe mejor que nadie que «o monte necesita tempo, necesita anos». Especialmente un monte como el de A Illa, concebido con vocación forestal, pensado para «que dea sombra, para que a xente teña un lugar fermoso para pasear», y no diseñado, como muchos otros, con fines estrictamente madereros. La espera es inevitable: La vida de un bosque encantador puede terminarse en un minuto. Su recuperación durará años.