La gravedad

AROUSA

AREOSO | O |

29 jun 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

MI HIJO y sus amigos, todos ellos de diez años, se empeñan en desafiar la ley de la gravedad, y lo consiguen. Claro que sus madres no están ya para ese tipo de envites y obedecen a la naturaleza. Por eso todos los años, cuando llega la primera jornada playera y hay que enfrentarse al escarnio público de las pieles blancas, de los indecorosos michelines, de las barrigas cada vez más prominentes y otros músculos cada vez más caídos, la conversación se vuelve monotemática y gira en torno a los estropicios de la edad, a los achaques, a la ITV del mecanismo corporal y otras lindezas de ese tipo. Todo ello mientras observamos cómo esas criaturas a las que hasta hace nada les enchufábamos el biberón por las noches se desarrollan en sentido proporcionalmente inverso a nuestras miserias. Y lo cierto es que tampoco lo llevamos tan mal. Que como dice una amiga mía, ni nuestros cuarenta son como los de nuestras madres ni lo serán los cincuenta. El otro día oí en la tele que hasta nos han puesto nombre a las de nuestra generación, que nos llaman Campanilla, no sé yo por qué, que hasta ahora nunca encontré parecido alguno entre mi persona y esa hada impertinente que vuela por ahí con el todavía más desagradable Peter Pan. Pero nosotras exageramos en la playa porque, en realidad, nos hace gracia reírnos de nosotras mismas, que esa es una de las cosas que se ganan con la edad. Te ríes de cuando tenías veinte y la mera aparición de una estría ponía en peligro tu endeble equilibrio personal, de cuando te colocabas cualquier cosa encima por muy mala de llevar que fuera con tal de que estuviera de moda o de cuando un comentario desafortunado de un chico suponían horas de depresión tirada en el sofá. Yo me río hasta pensando si dentro de diez años el asunto me seguirá haciendo gracia. Y me da que no, pero de momento lo disfruto.