Partidos

La Voz

A MARIÑA

21 ene 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El mundo mira perplejo hacia Italia. Y se pregunta cómo es posible que la gente heredera de una civilización antigua y sabia no lograra aprender del pasado y vuelva a permitir la degradación extrema de la república y de la democracia. Y los partidos convencionales alertan de que el encumbramiento de Berlusconi es la cosecha que se obtiene cuando se siembra y prende entre la ciudadanía el desprestigio de la clase política. Ahí pescan los que se infiltran en la democracia para desvirtuarla tanto como sea necesario hasta que se amolde a sus espurias necesidades.

Es Berlusconi. Fue Jesús Gil. Lo intentó Mario Conde. Y lo son los pequeños caudillos que aquí y allá van apareciendo cada vez que hay elecciones. La culpa puede echarse a quienes predican el descrédito de los partidos políticos, pero ellos mismos, algunos de sus miembros al menos, dan facilidades con comportamientos que el sentido común rechaza. No se trata ya de las corruptelas y el nepotismo, sino de la conversión de los partidos en instrumento para el reparto de parcelas de poder y, en ocasiones, en campo de batalla entre clanes.

La proximidad de las elecciones locales ha desatado algunos episodios en los que afloran esos aspectos menos edificantes de los partidos políticos como soporte de la democracia que deberían ser. En el fondo de la crisis fratricida del PSOE de Ferrol hay atisbos de esa democracia defectuosa. Si en lugar de buscar apaños tácticos previos entre los bandos enfrentados hubiesen ido a unas primarias, no quedarían dudas sobre lo que significa democracia interna en un partido.