«Guardo muchos recuerdos del barrio marinero de Ribadeo, donde me crié»

Ana F. Cuba VIVEIRO/LA VOZ.

A MARIÑA

Nieta de un pintor y hermana de un literato, esta mujer curiosa y activa ha dedicado su vida a la familia y a cultivar su afición por la lectura, el teatro y la conversación

13 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

A la ribadense María Gamallo Fierros le gusta sentarse en el salón de casa, junto a los lienzos que pintó su abuelo Dionisio Fierros (La Ballota, Cudillero, 1827-Madrid, 1894). «Cuando regresé a vivir aquí, desde Gijón, lo primero que quise traer fueron los cuadros (varios retratos, entre ellos uno inacabado del pintor asturiano); me siento cobijada y feliz», cuenta. Marita, como es conocida en Ribadeo -«será mi nombre artístico», bromea, por su faceta de actriz de teatro aficionado-, está contenta por haber recuperado la movilidad tras un pequeño incidente sufrido en septiembre del año pasado.

Arropada por su hijo Antonio, repasa su vida. Cuando falleció su padre, María tenía 14 meses. «Era registrador, vivíamos donde estaba el cine Colón y al quedar viuda mi madre nos marchamos al barrio marinero, donde residía mi abuela. Allí me crié y allí seguí viviendo tras casarme, hasta los 40 años», relata. De Porcillán guarda vivencias que hoy añora y la emocionan: «Ahora ya no hay aquellos marineros que largaban las redes, charlábamos con ellos...; a uno yo le volvía loco diciéndole que quería ir a ver las sirenas».

Una niña muy inquieta

La benjamina de los Gamallo Fierros estudió en un colegio particular, «de unas señoras amigas de la familia». «Me gustaba mucho pero aprendí poco porque era muy inquieta. Sí, sí, era traviesa y me gustaban los juegos de los niños más que los de las niñas, jugaba en el jardín con los amigos de mis hermanos». En aquella época, constata, «las chicas casi no estudiaban». «Mi abuela era muy a la antigua y me educaron para estar en casa, no me daban mucho margen. ¿Por qué no me rebelé...?»

Antes de que estallara la contienda, la familia pasaba los veranos en Ribadeo y el resto del año residía en Santiago, donde estudiaban los hermanos varones: Antonio cursaba Medicina y Dionisio, Derecho y Filosofía y Letras. «Pero su afán (de Dionisio) era la literatura, el primer año de universidad hizo Derecho y después ya compaginó las dos. Yo, pudiendo hacer una carrera..., aprendí punto de cruz. Al ver que la guerra continuaba levantamos el piso de Santiago y nos quedamos aquí», relata.

Las heridas de la guerra

«La guerra me afectó mucho porque vivía en el barrio que baja al muelle y allí fue donde hubo más víctimas, llegué a no comer ni dormir, obsesionada porque bajaban mujeres a llevarles comida a los maridos y a veces ya no los encontraban, bajaban llorando y gritando. Recuerdo a muchos marineros... Luego ya nos tranquilizamos más, pusieron el hospital y yo, con mis amigas, servía la comida a los heridos de guerra que traían sobre todo de Asturias; nosotras estábamos en los comedores y las señoras mayores eran las enfermeras. Cuando empezaron los ataques (en el frente astur) llegaban camiones con muchos heridos».

«Mi madre estaba preocupada por los hijos, temía que se los llevasen al frente. A Dionisio, por la vista, lo destinaron a trabajos de oficina, en Burgos; Antonio fue con la artillería, en Luarca, hasta que acabó la guerra». Después vinieron los duros años de la posguerra. Y en 1943, María se casó con Alfredo Deaño, originario de Ventosela, en Ourense. «Trabajaba en Aduanas, primero estuvimos aquí (en Ribadeo), luego fue destinado a la Inspección de Fronteras, en Ourense, estuvimos un tiempo en Ferrol y desde 1956, en Gijón, hasta 1986, cuando falleció, y regresamos a Ribadeo».

«Fueron unos años de mucha felicidad, Alfredo era una gran persona, un hombre y un padre muy especial, amable y cariñoso. Nos quisimos mucho, gracias a él me recuperé del golpe más duro, la muerte de mi primer hijo, él le sobrevivió ocho años», evoca. María no tiene más que elogios y agradecimientos para su familia. Su hermano Dionisio ocupa un lugar especial. Mientras vivió en Madrid (desde que acabó la guerra hasta 1955), María le visitaba cada año.

Dionisio le llamaba 'Gamalla'

«Estaba muy bien relacionado y me llevaba a los sitios, las conferencias del Ateneo, la Real Academia...; en una ocasión me llevó a ver el Museo de Cera y me explicaba con el bastón quién era cada uno. Recorrimos todo, la sala de crímenes..., y cuando nos dimos cuenta llevábamos cantidad de gente detrás, creían que era el guía». «Era muy alegre y vehemente, de lo que luego se arrepentía; era muy cariñoso, le echo mucho de menos. Me decía, viendo los árboles del parque, 'Gamalla, como esas hojas hemos de caer nosotros'», rememora. Y habla de las amistades de su hermano, Dámaso Alonso (a quien conocían de siempre, pues su familia provenía de Castropol), Emilio Alarcos, Gerardo Diego o Manuel Fraga (de quien había sido profesor), que continúa enviándole una felicitación cada Navidad, a nombre de su amigo Dionisio.

En la familia de María Gamallo «el leer es como el comer, una necesidad». A ella le gustan las biografías y también la novela policíaca -«nunca he sido miedosa»-. Su otra afición, tal vez su vocación, ha sido el teatro. Ya de niña participaba en alguna representación organizada por la catequesis. Junto a Luz Pozo Garza escenificó El bazar de las muñecas , en el Teatro de Ribadeo. «Me acuerdo del verso..., yo hacía de una niña ya crecidita que iba a comprar y Luz iba vestida de bebé», refiere.

«De joven me gustaba actuar con chicos y chicas del pueblo, hacíamos obras de los hermanos Quintero en beneficio de los soldados que estaban en el hospital, en la guerra. A mí me entusiasmaba, los ensayos y cómo al final de la obra nos tocaban los coros y bailábamos». Aún hoy asiste a los conciertos de la Banda de Música y la Coral Polifónica de Ribadeo -«Dionisio era socio honorario y desde que murió tienen la gentileza de invitarme a mí y acudo», destaca-. Y acude a la iglesia a diario: «Soy muy devota, participo en la Adoración Nocturna, pertenecí durante años a la cofradía del Carmen, fui catequista...».

El álbum de la torre Eiffel

María asegura que jamás se ha aburrido, se confiesa «muy callejera» y reconoce alguna debilidad: los dulces que elaboran las monjas Clarisas y las onzas de Chocolates Moreno. Tras una vida repleta de experiencias, de la que sigue disfrutando con la lectura, la conversación, el punto de cruz o tejiendo una chaqueta para su bisnieta, hay algo más que desearía hacer. «Mira qué manías tengo yo. Ir a la torre Eiffel. Mi abuela, con la que me crié, la esposa de Fierros, viajaba mucho con el pintor, estuvo en Philadelphia, me hablaba de París y de la torre Eiffel», explica.

En un álbum guarda una fotografía en blanco y negro de la abuela junto a la torre parisina e imágenes de sus hijos en el mismo lugar. Cualquier integrante de la familia que visite la capital francesa debe retratarse con el singular monumento. Esta mujer divertida y animosa añora a los amigos que ya no están o viven fuera. «El otro día me encontré a Maruja Sela y le dije 'tenemos que echar una parrafada para recordar'. Me gusta hablar con gente de la que pueda aprender», dice. Mientras pueda, asegura, no piensa entregarse. «Mientras estoy haciendo algo estoy viviendo».