Cada uno tiene su sitio, y todos contentos

Sara Carreira Piñeiro
Sara Carreira A FAVOR

AL SOL

27 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Me gustan los niños. Me divierten, me admiran, me enternecen. Tengo dos hijas maravillosas, hoy chicas, y fue un privilegio verlas crecer. Me encantaba jugar con ellas en los columpios o bañarnos en la piscina juntas. Pero incluso en esa época reconocía que mis hijas eran molestas. Y que debían serlo, además.

¿Cómo podíamos vivir? Simplemente no íbamos a sitios donde tuviesen que comportarse como un adulto; no lo eran y yo lo asumía. Antes de los cuatro años no pisaban jamás un restaurante serio y después, cuando ya comían correctamente, nunca alargábamos la comida más de lo necesario; para mí esos momentos eran un suplicio porque tenía miedo de que molestasen y estaba todo el rato dándoles órdenes en voz baja.

Por eso creo que los hoteles de adultos a quienes realmente benefician es a las familias con pequeños. Así, si voy con mis tres churumbeles a un hotel y uno me da una noche toledana, sé que los ocupantes de al lado lo entenderán, y tal vez mañana les toque a ellos. Me puedo relajar si se levantan veinte veces para ir al bufé durante la comida o si corren por los pasillos hasta el ascensor.

Hay algunos papás y mamás que no entienden que las monerías de su hijo no despiertan la admiración general. Pero como solía decir mi padre, «hay dos clases de niños: los míos y los de los demás».