Guiada por un coyote, La Voz recorre el itinerario que deben seguir por el desierto los centenares de emigrantes que intentan entrar todos los días en Estados Unidos
01 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.Se llaman a sí mismos coyotes, guías o conseguidores. Son los dueños de un desierto por el que cada día cruzan centenares de personas tentadas por un destino mejor en el paraíso del norte. Por sus manos pasa también el tráfico de la droga con el que los carteles han sembrado de terror la línea que divide México y EE.?UU. Precisamente por eso están en el punto de mira del Gobierno estadounidense, que acaba de enviar hace 24 horas a 1.200 soldados a la frontera para disputarles el control del territorio.
Dicen en la ciudad de Nogales que a un coyote no se le reconoce por la piel con que se viste, sino por la velocidad con que se mueve. El que nos sirve de guía, a quien hemos contactado a través de un intermediario, conduce un taxi blanco y nos pide que lo identifiquemos con el nombre de Raúl.
La gira del emigrante
Antes de comenzar con el llamado tour del emigrante, que muestra los pasos que debe seguir todo el que quiera cruzar esta áspera frontera, Raúl deja claras cuatro reglas inquebrantables. «El precio de este servicio son 150 dólares, mi rostro no puede salir, yo decido dónde podemos y no podemos entrar, y tú no hablarás con nadie sin que yo no te haya dado permiso antes».
Para entender la compleja estructura que rodea el negocio de los coyotes, uno tiene que trasladarse en realidad varios cientos de kilómetros al sur de la frontera estadounidense. «El primer contacto con los que quieren pasar suele hacerse en sus propios pueblos. En cada aldea hay gente que trabaja para nosotros. Para ellos es más fácil ganarse su confianza porque son lugareños», explica Raúl.
Es el eslabón más bajo de la cadena, los llamados conseguidores, cuyo único cometido es facilitar el transporte hasta la ciudad de Nogales. A partir de ahí, la pirámide se complica. «Una vez que la persona ha sido traída hasta aquí se hace el reparto de emigrantes. Cada uno de ellos se irá con un guía, que a su vez trabaja para un coyote». Lo que se califica como coyote es ser el dueño de un paso, un trozo de frontera que solo te pertenece a ti y que nadie más puede usar.
Poseer un paso estos días no es ni barato ni seguro. El territorio está controlado desde años por los carteles de la droga, que vigilan con fuego cada metro de la valla que separa los dos países. El precio medio que un coyote debe pagarles para poder transportar emigrantes es de unos 50.000 pesos semanales (unos 4.000 euros). La tarifa varía dependiendo del nivel de peligrosidad de la zona.
«Cuantos más días haya que caminar por el desierto, menos es el dinero que te van a pedir. Si tu paso está cerca de la ciudad, entonces el precio por persona puede alcanzar hasta los 5.000 dólares», asegura Rubén, quien desde hace tiempo controla un trozo de alambra bautizado como «el de los cinco minutos» (el tiempo literal que se tarda en saltar este muro de apenas dos metros de altura).
Aunque ninguno de ellos quiere reconocerlo, muchos coyotes cuentan además con la ayuda de la guardia fronteriza, cómplice de un dinero fácil que la droga ha ayudado a multiplicar. Estos guardias corruptos hacen la vista gorda ante la presencia en el desierto de los llamados levantadores, hombres y mujeres con los papeles en regla y cuya misión es la de recoger y trasladar a los emigrantes una vez que hayan pasado la frontera. Para evitar cualquier contratiempo, los levantadores solo aparecen en escena si el grupo viene acompañado de un guía.
«El guía es el único que de verdad conoce el camino y, por lo tanto, es el primero que debe sobrevivir, aunque eso signifique a veces tener que sacrificar a alguien», afirma Raúl. En su opinión, los rumores tan extendidos que aseguran que muchos de los coyotes acaban abandonando a su suerte a los emigrantes e incluso abusan sexualmente de las mujeres son de todo punto injustificados.
«En este pueblo hay un pacto. Quien abuse de una mujer, no vuelve al desierto ni a ninguna parte. Esto es un negocio y la mala publicidad no es buena», afirma.
Depósito de emigrantes
Pero mantener el buen nombre de los coyotes no es una tarea fácil en una ciudad como Nogales, en la que todos los organismos parecen depender directa o indirectamente del tráfico humano.
El cementerio local, sin ir más lejos, es utilizado muchas veces como depósito de emigrantes en el que deben esperar, agazapados entre tumbas, hasta que tienen el visto bueno para cruzar la frontera. Para aquellos que hayan pagado un poco más, los coyotes ofrecen habitaciones en hostales inmundos, donde suelen hacinarse hasta once indocumentados por habitación. La mayoría de estos cuartos miden entre cinco y diez metros cuadrados y no poseen ventilación. Los que los habitan por días e incluso semanas tienen prohibido además salir a la calle para no levantar pistas indebidas.
«El problema es la competencia. Estas personas son nuestro producto y si los dejamos libres, otros pueden venir y robárnoslos. Por eso debemos cuidarlos de este modo», se defiende Raúl.
El exceso de celo con el que realizan su trabajo merece la pena. «Si un coyote es listo y no gasta de más, sus ingresos anuales pueden superar los 200.000 dólares. Aunque claro, con las ganancias siempre viene el riesgo». El riesgo, en contadas ocasiones, se llama la cárcel; la mayoría de las veces, es la muerte a manos de una banda rival. Un precio que hay que pagar por vivir al margen de la ley, a la sombra del lado más oscuro de la frontera.