La comunidad gallega en Venezuela, muy afectada por la escalada de inseguridad que sufre el país y que se ha cobrado la vida de dos de sus integrantes en tres días, vivió con el corazón en un puño la decisión de Hugo Chávez de involucrarse en el contencioso fronterizo entre Colombia y Ecuador. La prueba es que el día en que los presidentes del Grupo de Río se reunían en Santo Domingo, en la Hermandad Gallega de Venezuela y en el céntrico barrio de La Candelaria, donde tienen notable presencia, los gallegos se agrupaban frente a los televisores, muy pendientes del desarrollo de la cumbre.
Era visible su preocupación por las posibles consecuencias en el terreno personal que se derivan de la inestabilidad en la región andina. En su opinión, si no se hubiese llegado a encauzar, la crisis con Colombia habría potenciado el éxodo de hijos de gallegos hacia España.
Manuel Ribeiro es uno de ellos. De 64 años y con 45 en Venezuela, aún intentaba calmarse del tercer robo que sufre en tres meses. Los ladrones, que le acababan de poner una pistola en el cuello, le quitaron 150 bolívares (unos 50 euros), y él agradecía que los delincuentes no se hubiesen llevado también sus tarjetas de crédito y sus documentos, como le sucedió en diciembre. Sobre el conflicto entre Venezuela y Colombia, dice que se trató de «una locura».
«Esto es una cosa de locos»
Por su parte, Milagros Iglesias, de 55 años y llegada al país con 15, sostenía que «esto es una cosa de locos, no me parece». En relación con la inseguridad, su hermana Iluminada señalaba al mismo tiempo a los Gobiernos de Venezuela y de España. «Acaban de matar a Paco y esta semana mataron a Basteiro. ¿Qué pasa con el Gobierno español, que tampoco hace ni dice nada? En este país hay muchos secuestros. Nos están matando a todos. Este señor [por Chávez] está loco».
Manuel López, ourensano de 81 años, comerciante jubilado y llegado a Venezuela en los cincuenta, ha visto partir a sus tres nietos en sentido contrario al que él siguió hace medio siglo. «Todo el mundo se va a ver afectado si no se detiene la guerra. No tiene sentido», indica. «Esta tierra [Venezuela] es bendita, da dolor ver cómo mis tres nietos se fueron porque no veían un sustento ni un futuro».
En la misma situación está José Suárez, de 68 años. Uno de sus hijos, ingeniero, está trabajando en Madrid; otro, de la misma profesión, está pensando en emigrar aprovechando su pasaporte español. «Solo me quedaría la niña, que está estudiando. Esto es de locos», dice mientras conversa con amigos en la plaza Candelaria.
Ni de aquí ni de allá
Algunos, como Milagros, sin embargo, no piensan en el retorno. «Cuando voy a Galicia, que es mi tierra, tampoco me siento en mi país. Pero allá piensan que uno va a quitarles el trabajo, cuando toda España se reconstruyó con los capitales que salieron de aquí en la posguerra».
En la otra orilla de la vida está Jonathan, un joven de 17 años que estudia en el liceo de la Hermandad Gallega. Hijo de un venezolano descendiente de gallegos y de una colombiana, señala: «Mis papás dicen que nos vamos. Lo que no sabemos es si a Colombia o a España». Pero los mayores apuestan por quedarse. López cuenta que acudirá a una concentración opositora por la paz. «Nadie puede quedarse en su casa», subraya.