Los investigadores tuvieron un extraordinario golpe de fortuna. Si el profesor hubiese demorado media hora más su confesión, es posible que tuviesen complicaciones. Las pruebas se habrían ido en el camión de la basura. En un momento de la agitada noche del jueves el objetivo policial fue llegar antes a los puntos de recogida antes que el vehículo municipal. Lo lograron. De película.
No hay demasiadas dudas de que Pernas planificó meticulosamente el antes y el después. Los investigadores obtuvieron abundantes indicios de ello, según diversas fuentes. Empezó por llevar a sus hijos menores a la casa de los abuelos días antes y, después de supuestamente matar a su mujer, se ocupó de eliminar todo tipo de pruebas y, además, de preparar coartadas. El profesor dejó a la víctima sin vida, cogió el coche de ella del garaje, cargó varias bolsas con pruebas y recorrió unos 15 kilómetros, la ciudad de punta a punta, para deshacerse de ellas.
No dejar rastro
El objetivo era no dejar rastro. Para ello, arrojó el material en tres contenedores distintos para que desapareciese con el paso del camión. Primero, en un recipiente de Garabolos. Después, en otro de A Piringalla, barrio limítrofe con el anterior, y, por último, puso rumbo al de Castelo, ubicado en la periferia, en la carretera de A Fonsagrada.
En los contenedores fue dejando prendas ensangrentadas, como la sábana de la cama de Montserrat. En otro tiró la macheta homicida; queda por concretar, entre otros detalles, de dónde sacó el arma, aunque algunas fuentes no descartan que la cogiese de casa de sus padres, en el municipio de Pol, el día en que llevó a sus hijos.
Acabado el abandono de las pruebas, enfiló el coche hacia el campus universitario y lo dejó allí aparcado. Y caminó tres kilómetros para regresar hasta el lugar del crimen.