El congreso de Le Puy acumuló un retraso de siete horas en las intervenciones del viernes, con lo cual lo que figuraba en el papel se fue al traste. La jornada de hoy comenzó dándoles el moderador la palabra a todos los que quedaban por hablar y a alguno que no se había quedado satisfecho con el tiempo de que había dispuesto antes del anochecer anterior, así que a partir de ahí el programa impreso se convirtió en algo irreal e irrisorio. Hasta el punto de que la delegación gallega tuvo que marcharse (al igual que otras, porque los aviones no esperan) y los tres jóvenes que estaba previsto que intervinieran e invitaran a representantes de otros países a acudir a Santiago (lo cual ya tenía que haber pasado el viernes) regresaron a Rodeiro, O Barco y Cerdedo sin abrir la boca.
Hoy se produjo la entrega a los asistentes de un borrador de lo que será la Declaración de Le Puy, que nadie sabía quién había redactado ni con qué aportaciones, aunque aclararon que está abierto a sugerencias que se ignora cómo hacer llegar. Eso sí, en esa declaración el Camino de Santiago queda totalmente fagocitado por expresiones vacuas que ni lo mencionan excepto para referirse a la declaración de hace dos décadas.
A ello siguió un acto al aire libre (no llueve y el día es muy bueno) y de pie ante el ayuntamiento, mientras unos auténticos osados descendían con cuerdas por la fachada del edificio del siglo XVII. Unos jóvenes seleccionado, situados a la derecha de la alcaldesa, interpelaron a altos responsables políticos emplazados a la izquierda, y ante preguntas típicas de unos se sucedían respuestas típicas de otros durante media hora.
Lo único interesante: el cóctel final, una muestra de por qué los franceses son unos maestros en esto de la gastronomía. Cierto es que mañana hay un acto simbólico de despedida de unos peregrinos, pero el congreso ya terminó. La próxima cita: a finales de octubre en Compostela. No les costará a los de Santiago hacerlo mejor, no.