Reina roja, concebollista

Tamara Montero
Tamara Montero CUATRO VERDADES

OPINIÓN

Prime Video

04 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Digamos que es una de las escenas más aprovechables de siete capítulos que acabas tragándote casi sin masticar. La gula es tal que no deja ni saborear el trozo de tortilla sublime. Quizá seamos, frente a la pantalla, el reflejo de una Antonia Scott engullendo un pincho de ese mejunje precocinado que asalta las cafeterías de lugares estériles y despersonalizados. Y sin embargo, la necesidad del atracón es quizá, uno de los grandes pros de la adaptación a serie de Reina Roja.

Volvamos a la escena. La amatxu, siempre entre fogones, la sublimación absoluta del cliché (rancio) de la madre perfecta y sacrificada, prepara una —en realidad su— tortilla de patata y en cuanto Antonia da el primer bocado, hace un ejercicio de deconstrucción que ya le hubiera gustado a Ferran Adrià en aquellos años de El Bulli en ebullición. La tortilla se vuelve oliva. Regresa a su estado de tierra y tubérculo. Transmuta en gallina y corral. La tortilla de la amatxu es aromática, de textura suave y sabor intenso. La tortilla es concebollista y perfecta. Pero, sobre todo, la tortilla de la amatxu es un ejercicio plástico. Una vieja friendo huevos en un anafe acompañada de un pícaro (en este momento un grandullón que cumple otro cliché, el del oso con corazón de gominola) de semblante digno y severísimo. La tortilla de la amatxu es un cuadro de Velázquez.