Rubiales y los santos inocentes

Xose Carlos Caneiro
xosé carlos caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Lorena Sopêna | EUROPAPRESS

04 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El título de esta columna era otro: Los nuevos demagogos. Me decanté finalmente, y dominado por la eufonía, por el que figura en el frontispicio del artículo. Es, en realidad, un endecasílabo que se ha caído del poema roto de la actualidad. Un grito en el desierto. Es un retortijón provocado, una vez más, por este Gobierno (ahora en funciones) que no deja de helarnos las entrañas. Es su oficio: retorcer la política de tal modo que unos (los gobernantes de la «coalición de progreso») resulten los únicos santos inocentes de todos los males que acaecen en esta España decadente. 

La España en que parece natural que las minorías condicionen las mayorías, los sofismas a la verdad y, por último, la ideología extrema a las ideas sensatas. Rubiales, y su vulgaridad ostentosa, es el hijo natural de esta España sin remedio. El pimpollo que creció abrigado por unas siglas y un Gobierno: el de Sánchez. Intentaré demostrar esta arriesgada afirmación aun a sabiendas de que la corrección política, y sus múltiples brazos, intentarán estrangular mis palabras.

Cuando el Gobierno percibió la rentabilidad política que obtendría del asunto Rubiales, cual milanos se lanzaron a la carnaza. El mundo vería cómo actúa el Ejecutivo más progresista de la historia: el único que excarceló, o rebajó las penas, de maltratadores y violadores (¡sin que nadie dimitiese o fuese cesado por ello!). Se equivocaron en los tiempos. Porque el actual ministro de Cultura, un hombre que tiene tanta relación con la cultura como Rubiales con la cortesía, actuó con dilación excesiva. Y sus socios lo señalaron. No fue suficiente. Todo quedó en agua de borrajas. La misión a cumplir resultaba diáfana: apartar, censurar, denunciar donde fuese mester al zafio presidente de la RFEF.

Su delito era un beso grotesco ante millones de espectadores, no su ordinariez, impropia de un directivo de cualquier institución. Con esa grosería y ordinariez convivió el Gobierno español los mismos años que duró, hasta hoy, el mandato de Sánchez: cinco. No les importaron las acusaciones de corrupción que pendían sobre su persona: de desplazamiento a EE.UU. bien acompañado o de viajes lúbricos a Salobreña y, presuntamente, pagados con dinero de la Federación. Tampoco que llevase la celebración de la Supercopa de España a Arabia Saudí (país muy respetuoso con las mujeres) ni las comisiones multimillonarias de las que se hablaba. Ni que grabase a políticos o espiase a directivos. Nada se hizo contra este individuo. Ustedes se preguntarán por qué. Solo hay una respuesta: Rubiales era de los suyos. De los progresistas. Su padre había sido alcalde del PSOE en Motril y era una de las víctimas procesadas en el mayor caso de corrupción política de Europa: los ERE de Chaves y Griñán, con medio PSOE andaluz en el banquillo.

En cinco años, los progresistas vieron a Rubiales como uno de los suyos. Pero ellos, los santos inocentes, nunca tienen culpa de nada.