Ni economía del ladrillo, ni economía sin ladrillo

OPINIÓN

11 feb 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

RECUERDO mis primeras clases de economía; me enseñaban que un sistema económico no se podía basar solamente en la construcción, como tampoco exclusivamente en los servicios, porque lo que aportaba fortaleza, productividad y crecimiento al sistema económico era las actividades productivas. Evidentemente la actual terciarización ha hecho variar el papel de los servicios. También me acuerdo de las clases donde debatíamos sobre el difícil equilibrio entre la política medioambiental, la territorial y la económica. Resultaba muy fácil saltarse la línea de equilibrio. Y digo todo esto a propósito del cambio radical que entre nosotros ha tenido la valoración de la actividad constructiva, y de los mismos promotores. Hace poco eran la base del crecimiento económico y de la formación de capital, y no importaban los problemas de baja productividad ni de temporalidad. Crecía la economía y eso era bastante. En su nombre se cometieron múltiples atentados ambientales y una sistemática destrucción del territorio. Ahora, como reacción a lo anterior, nos hemos pasado al lado contrario. Parece que todo promotor es un corrupto, que toda actividad urbanizadora o constructiva es un desastre y la culpabilizamos, y por eso hay que paralizarla, hasta el extremo de penalizar que en una zona se sigan construyendo viviendas cuando la población decrece. ¿No ha sido siempre así? Porque hay zonas que se despueblan y otras concentran el crecimiento. Su corrección es harina de otro costal. Incluso no faltan quienes dicen que el desarrollo comarcal, y por eso descentralizado, evitó el crecimiento de las ciudades. ¿En qué quedamos? Queremos un país amontonado en unas cuantas ciudades y el resto del territorio despoblado para que paseen los urbanitas, o queremos un país diverso y equilibrado. Los extremos nunca son buenos, y entre nosotros los radicalismos son demasiado frecuentes A mí me parece que lo malo no es que se construya, ni lo bueno es que se deje todo como está (a veces muy mal por cierto), sino que de lo que se trata es de hacer bien lo que se haga, de construir donde se deba, y ello sin alejar las expectativas de empleo, de inversión y de ahorro de los empresarios locales, de los ciudadanos gallegos y de los inversores y compradores de fuera. Ni todo facilidades como antes, ni todo impedimentos como ahora. Ya es hora de situarnos en ese punto de equilibrio que garantice la adecuada compatibilización del crecimiento, de la protección del paisaje y del medio ambiente, pero también de su explotación racional. En algunas comarcas no tienen ya otro recurso. ¿O no?