Y a Melville regresamos, de nuevo

CULTURA

18 oct 2012 . Actualizado a las 12:04 h.

No, si ya sé que no precisan de excusa alguna para regresar a la escritura de Melville, y tratándose de Moby Dick mucho menos. Pero, de cualquier manera, quizás les agrade saber que Valdemar, en su colección de clásicos, saca a la luz una nueva edición del libro, con traducción, texto introductorio y notas de José Rafael Hernández Airas. Una edición iluminada, además, con las magníficas ilustraciones de Rockwell Kent, que ya habían sido utilizadas en alguna otra versión hispana, como sin duda también ustedes recuerdan.

Es curioso cómo Moby Dick, que está muy lejos de ser la más redonda de las creaciones de Melville, ha ido apropiándose de una parte no pequeña de nuestra alma de lectores conforme el paso del tiempo, esa obsesión permanente, nos ha ido acercando a todos al misterio que ya conocen los que han dejado de acompañarnos para irse lejos. Hay en esa novela, como en toda gran creación artística, algo definitivamente insondable que a pesar de la oscuridad que lo envuelve, o quizás precisamente por ello, nos enfrenta a lo inaprensible.

A esas sombras -no temamos repetirlo- entre las que los mejores libros caminan sin pretender por ello iluminarlas, necesariamente. El propio Hernández Arias apunta, en el estudio introductorio de la obra, que dista mucho de ser esta una novela perfecta. Ciertamente es así, y aun habría que decir que por fortuna. Lo imperfecto, subrayémoslo, es, en esencia, humano; y cuando algo se aleja de ello parece volvérsenos extraño. (En la medida en la que se deshumaniza, todo se nos va haciendo ajeno, naturalmente; en realidad, resulta innecesario abundar en ello. Disculpen la reiteración esta, que por si fuese poco incluso hemos convertido en parentética).

En torno a la locura

La enloquecida persecución de la ballena blanca, que asombra a los niños cuando tienen noticia de ella -alguna adaptación de la novela al cine ha sido, cosa rara, excelente-, obedece a una forma de locura que, llegada una cierta edad, comienza a parecernos másjustifi cable. ¿O no es cierto...? Y eso sucede al tiempo que uno no deja de imaginarse lo terrible que debió de ser la vida de aquel gran Melville al que la desesperación llevó, más de una vez, a alejarse de la cordura peligrosamente.

Moby Dick | Herman Melville. Edición de José Rafael Hernández Airas. Valdemar. Ilustrac. de Rockwell Kent. 862 páginas