Douglas Stuart, ganador con «Historia de Shuggie Bain» del Premio Booker: «Vengo de una familia muy pobre, hasta los 17 o 18 años no leí un libro»

FUGAS

Douglas Stuart, premio Booker.
Douglas Stuart, premio Booker.

La conmovedora historia de Shuggie Bain, un chaval de Glasgow que comparte muchos paralelismos con el autor, es la ganadora del Premio Booker 2020

22 oct 2021 . Actualizado a las 17:01 h.

Huggie es un niño gay, de clase obrera, que quiere inmensamente a su madre e intenta por todos los medios que esta deje de beber. Es 1992 y las políticas de Thatcher han disparado el desempleo en Glasgow, su ciudad y la de Douglas Stuart (Glasgow, 1976) que, con su primera novela, Historia de Shuggie Bain (que edita Sexto Piso), ha ganado el Premio Booker 2020. Centrado en la escritura y alejado del mundo de la moda que lo llevó hace tiempo hasta Nueva York, en abril publica su segundo libro, Young Mungo. Tras su visita promocional a España, hablamos con el que se ha convertido en uno de los autores del año. 

-¿Es usted Shuggie Bain?

-Shuggie es un símbolo de esperanza y una figura que encarna una aceptación radical de lo que le ha tocado vivir. Yo me siento muy identificado con él. Shuggie se levanta todos los días y todos los días se encuentra con la misma situación, pero él la acepta e intenta seguir adelante.

­-¿Siente nostalgia de Glasgow?

-Sí, fue una de las razones que me impulsaron a escribir el libro. Glasgow es uno de sus personajes. Es una ciudad fantástica, muy diversa, multicultural y con una de las universidades más antiguas del Reino Unido. También está formada, en su mayoría, por clase obrera. En esos años de Thatcher, cuando empezó ese desempleo tan feroz que subió hasta el 26 %, se comenzó a perder la esperanza y la sensación de comunidad. Incluso cayó la esperanza de vida: una consecuencia directa de las políticas de Thatcher en los 80. Estábamos muy cerca de Londres, pero nadie se preocupó de darnos otras oportunidades.

­-¿Ahuyentan lectores las historias duras?

-Al menos la mitad de las personas que conforman la mayoría de los países son de clase obrera. No es difícil que la historia de Shuggie pueda ser la de muchas personas. Muchos lectores me han dado las gracias. Hay que contar estas historias. Hay mucha gente interesada en leerlas.

­-¿Cómo está siendo acogida en Glasgow?

-Afortunadamente, muy bien. Tenía miedo de que no fuese así, hablo de una situación que no es idílica. He recibido mucho cariño por parte de los lectores escoceses y noto el orgullo que sienten por el hecho de que un autor escocés gane el Booker.

­-¿Por qué recordar el pasado?

-Vengo de una familia muy pobre. Hasta que tuve 17 o 18 años no leí un libro. Se necesita un ambiente de paz para leer, interior y en el entorno. No podía concentrarme. Pero una vez empecé, comencé a devorarlos. Leí mucho sobre clase obrera e historias de la época de mi niñez, pero vi que estaban contadas desde el punto de vista de hombres blancos heterosexuales. Shuggie es un niño afeminado al que le gusta jugar con ponis y con muñecas y le gritan insultos homófobos incluso antes de que él mismo sepa su orientación sexual. Cuando tenía 32 años, un día me senté a escribir. Durante los primeros borradores no admitía lo que intentaba conseguir ni se lo decía a nadie, solo a mi marido. Escribía una frase, luego un párrafo y otro y otro. Mi trabajo en moda era muy absorbente y estuve diez años escribiendo el libro. Fue una necesidad, me nació del corazón. He querido hacer una novela sobre el amor, pero era complicado hacer un libro solo sobre el amor en el Glasgow de los 80. Está el tema de las adicciones, de la homofobia, la pobreza y los retos. A mí me gustaría lanzar un mensaje sobre la superación y sobre la resiliencia.

-¿La vocación artística es un lujo para los hijos de familias humildes?

-Es difícil fantasear con ello, sí. Simplemente, haces lo que tienes que hacer. Los hombres de mi niñez tenían que ir a la mina y sacar carbón. Nadie les preguntaba: «¿Tienes algún sueño? ¿Te gustaría ser poeta?» Eran preguntas que no se hacían. Afortunadamente, soy el ejemplo de que hay excepciones, pero es muy difícil. Tenemos que contribuir en que no lo sea tanto. Desde luego, vengo de un ambiente muy poco propicio. Ninguno de mis familiares cercanos cursó estudios superiores. Cuando gané el Booker, llamé a mi hermana y ella me contestó algo como: «Qué bien. Yo esta mañana he ido a cambiar una camiseta a Primark, pero no me han dejado porque perdí el tique».

­-¿Qué papel juegan las mujeres?

-El dolor de mi madre, Agnes, y el de muchas de las mujeres que conocí en aquella sociedad dura y muy machista estaba causado porque no las escuchaban. No es que no tuvieran voz, porque tenían voces, y muy potentes, además. Incluso hoy no nos gusta escuchar a mujeres de clase trabajadora. Siempre han sido mujeres, como dos profesoras, las que han propiciado que esté donde estoy hoy y quería rendirles homenaje. Espero haberlo conseguido. Creo que mi madre estaría más que encantada con el éxito de este libro.

­-¿Se puede ser feliz con tanta escasez?

-Yo era un niño raro, pero no desgraciado. He intentado plasmar eso en Shuggie. Es cierto que en el retrato de esa infancia había pobreza y violencia, sí, pero también amor, afecto, compasión... La dureza del libro es un testimonio de la resiliencia de las personas, de cómo se apoyan las unas a las otras. Mis primeros años en Nueva York fueron muy duros. Mis jornadas de trabajo eran maratonianas y al final del día tenía la sensación de que aquello no tenía sentido. Fueron años con más estabilidad material, pero no fueron años felices.