El Guggenheim celebra la intuición creadora y vitalidad de Jean Dubuffet

Xesús Fraga
Xesús Fraga BILBAO / ESPECIAL LA VOZ

CULTURA

Miguel Toña

El museo bilbaíno ofrece una panorámica del renovador del arte

24 feb 2022 . Actualizado a las 20:54 h.

Puerta con grama, una obra de 1957, fue la primera pieza de Jean Dubuffet (El Havre, 1901-París, 1985) que adquirió el museo Guggenheim, que de este modo iniciaba una fructífera colaboración con el artista francés, con tres exposiciones en vida y una presencia notable en sus colecciones. Ese vínculo es el que ha permitido ahora el montaje de Jean Dubuffet: ferviente celebración, la muestra que el Guggenheim de Bilbao, con el patrocinio de BBK, mantendrá abierta hasta el 21 de agosto y que se nutre de fondos propios.

Esa puerta, con sus dos hojas de madera, bien podría franquear el interior de una humilde casa labriega. Pero a la vez condensa la inquietud de Dubuffet por abrir nuevos accesos al mundo del arte, liberarlo de unos convencionalismos que, entendía, lo constreñían, y recurrir a la intuición como motor de una nueva forma de impulsar la creación: una nueva forma también de ver y relacionarse con el mundo. Dubuffet halló alguna de esas vías en las creaciones de niños, prisioneros y enfermos mentales, un acercamiento que acuñó como art brut. Ferviente celebración le devuelve la mirada a su obra y coloca el foco en sus intentos de renovación en las décadas fundamentales de su carrera, de 1941 a 1984.

Dubuffet se inició como artista prometedor en la parisina Académie Julian. Pero, lejos de situarlo en su vocación, hizo todo lo contrario. Tras esa decepción, arranca una relación intermitente con la pintura que no acabará de afianzarse hasta la década de los 40. No es casual, como confirma el comisario de la muestra de Bilbao, David Max Horowitz, del Guggenheim neoyorquino, que sea ese contexto bélico el que impulse a Dubuffet, al igual que a muchos otros, a buscar otra forma de interpretar un mundo en cenizas a través del arte. Las normas culturales que habían llevado al planeta entero al borde de la autodestrucción, ya no eran válidas. Había que mirar a las pinturas rupestres, al primitivismo, al arte al margen de las convenciones, para reconstruir otro escenario.

Tensiones subterráneas

La colina de las visiones, un óleo de 1952, recibe al visitante y, también a modo de puerta, le señala accesos posibles a la retrospectiva. Es una pintura eminentemente matérica, como si representante un fragmento de un mapa en relieve. Pero esa geografía imaginaria parece remitir a lo que late bajo la superficie, unas «tensiones subterráneas» de las que habla Horowitz, que equiparan los movimientos tectónicos con otros igual de invisibles, los mecanismos de la mente. También El malentendido, una obra muy posterior, de 1978, actúa como metáfora de esa energía inconsciente en la que Dubuffet trataba de hallar una vitalidad individual en consonancia con lo colectivo.

Miguel Toña

La retrospectiva evidencia también cómo Dubuffet trataba de aplicarse a sí mismo ese axioma de que crear equivale a no copiar. Por lo menos a sí mismo. Hay cuadros, pero también grabados y esculturas, incluso una vela náutica, ejemplo, según Horowitz, de cómo el artista quería sacar las obras de sus espacios naturales, las galerías y los museos, y llevarlas a la arena pública. Esa diversidad, que también se refleja en los temas ?retratos, desnudos, paisajes-, preside la muestra y hace honor a su título, extraído de un escrito de Dubuffet, quien predicó con el ejemplo: su vitalidad lo llevó, con 84 años ?a tan solo uno de fallecer-, a una obra con las dimensiones de Mira G 132 (Kowloon), un acrílico sobre hojas de papel que Dubuffet, aquejado de intensos dolores de espalda, pintó una a una sobre una mesa para luego ensamblarlas sobre un lienzo.

Buscar en los bordes

En esa búsqueda constante de la renovación, Dubuffet no solo abrió caminos inéditos en vías al margen de las grandes avenidas consolidadas por la academia, sino que se detuvo a recoger los materiales desechados en los bordes. Son buen ejemplo de ello retratos como Miss Choléra, de 1946, y el del soldado Lucien Geominne, para los que usó, además del óleo, arena, guijarros y paja. O Sustancia astral, de 1959: Dubuffet primero arrugó hojas de papel aluminio, que luego desenvolvió para pintar por encima con óleo negro. El resultado le confirmó que no era imprescindible una refinada técnica para conseguir un resultado renovador y, a la vez, una superficie fascinante y enigmática, cualidades que este 2022 mantiene intactas.

Más allá de las obras, y de su valor intrínseco, Ferviente celebración festeja una trayectoria por su vocación indagadora y renovadora, valores pertinentes en un contexto como el actual, amenazadas las certezas y necesarias las nuevas preguntas.