«No los vemos morir en los cayucos, pero mueren en el desierto»

La Voz

ESPAÑA

Tres voluntarios cuentan la experiencia de los subsaharianos que llegan a España

29 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Aunque cada año llegan menos inmigrantes clandestinos a las costas españolas, el drama que supone el viaje en patera no cesa. Según la asociación pro derechos de los emigrantes Lemigrant, el número ha disminuido «por el bloqueo fronterizo» de la UE, lo que ha provocado que «no les veamos morir en los cayucos, pero estén muriendo en el desierto». Lo cierto es que a muchos «se los sigue tragando el mar», en palabras de Manuel Gutiérrez, presidente de la Asamblea de la Cruz Roja de Motril. También dramática es la situación de quienes sobreviven, y cuyo primer contacto con España son los voluntarios que entregan su tiempo para ayudar a quienes lo han perdido todo.

Para Guillermo Vázquez, catedrático de medicina jubilado y que además de atender a los inmigrantes apenas llegar, trabaja en un centro de acogida en la localidad granadina de Motril y pertenece al Equipo de Respuesta Inmediata de Apoyo Psicosocial, «venir hasta aquí les supone a estas personas una verdadera odisea, muchos pasan meses y hasta años en condiciones de extrema precariedad antes de llegar».

Hipotermia y quemaduras

Vázquez explica que «aparte de la hipotermia, que sufren la mayoría, algunos arriban bien, pero otros tienen muchos daños, por causa del sol, del frío e incluso quemaduras graves por la reacción química que produce la mezcla de agua salada con gasolina». «Hay que ponerse en su lugar -dice este médico-, la travesía es tan trágica que tiene que haber motivaciones muy fuertes detrás para arriesgarse y lo peor es que ignoran la gran cantidad de problemas que les esperan». Vázquez dice que su trabajo, que consiste en «darles protección, cariño, comida seca y algo caliente», parece sencillo, pero «la experiencia del encuentro te sobrecoge, todos los días quedas impactado».

Similar es la historia de Sergio Díaz, una de las personas que recibieron a los supervivientes de la patera que naufragó en aguas de Granada el pasado 7 de mayo y que se saldó con 18 desaparecidos y cuatro cadáveres encontrados. «Esto es durísimo, muchas veces se te cae el alma al suelo, como cuando atendí a un señor que había perdido a su mujer y a su bebé, lloraba mucho y no había modo de consolarlo», dice emocionado. «Lo que más te marca es cuando llegan bebés, se te pone la carne de gallina al pensar en lo que han tenido que pasar en medio de la mar durante días, los ves tan frágiles... Te dan ganas de llevártelos junto a sus padres a tu casa».

Andrea Reyes, psicóloga, ha decidido dejar el voluntariado por un tiempo porque ya no lo soporta emocionalmente. «No tiene punto de comparación lo que ellos viven con lo que pasamos nosotros al recibirlos, pero también es traumático», dice, y añade que «lo más triste es que los medios y la gente hablan de ellos solo como números, como estadísticas, no como personas iguales a nosotros y que merecen respeto y afecto».