Casi un año después de aquel fatídico 20 de agosto, cuando el accidente del vuelo JK5022 de Spanair se cobró la vida de 154 personas en el aeropuerto de Barajas, los 18 supervivientes, familiares y amigos aún luchan por recuperarse física y psicológicamente de las secuelas. Pero el primer aniversario de la tragedia significa para muchos volver a recordar lo sucedido y reabrir un poco las heridas que con tanto esfuerzo se han ido cerrando. A las 14.45 horas de aquel miércoles, la vida les cambió para siempre. Y han tenido que rehacerla para seguir viviendo. Mientras, se desesperan por la ausencia de una explicación oficial de las causas del accidente y aguardan con ansiedad a que se haga justicia.
El vuelo se dirigía a Las Palmas de Gran Canaria con 10 tripulantes y 162 pasajeros, entre ellos dos bebés, que se encuentran entre los supervivientes. Al llegar a Barajas una vez ocurrido el accidente, los miembros de los servicios de emergencias se encontraron con una panorama digno de la peor de las pesadillas. «Era desolador», dijo entonces Ervigio Corral, el jefe del dispositivo montado por el Samur. «La única parte reconocible del avión era la cola, en cuyo interior se encontraban numerosos cadáveres, el resto del aparato y otros cuerpos sin vida estaban esparcidos en un diámetro de unos 200 metros», explicó. También la vida de las personas que atendieron a los heridos y dieron apoyo a las familias sufrió un vuelco. «Fue como vivir un segundo 11-M», dijo el conductor de una ambulancia.
Riachuelo salvavidas
Aunque veinte personas fueron rescatadas con vida, dos murieron poco después de haber sido ingresadas en el hospital. Según Corral, la mayoría de los supervivientes estaban en un pequeño riachuelo de unos tres metros de ancho. «Es posible que el agua impidiera que se quemaran». Y es que la mayoría de las víctimas fallecieron calcinadas, ya que el aparato se incendió con el tanque lleno con más de 10.000 litros de combustible.
Un familiar de un miembro de la tripulación que sobrevivió al percance, y que pidió mantener el anonimato, explicó a La Voz que, para esta persona, «todo este año ha sido muy duro, y prefiere mantenerse lejos de los medios de comunicación, seguir con su vida», señaló. Y destacó que aunque después del accidente juró que no volaría nunca más, «como el tiempo todo lo cura» ha logrado superar el trauma y «se encuentra bien, ya está trabajando de nuevo en los aviones».