La casa de los que no tienen casa

Fernando Molezún A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

El Hogar de Sor Eusebia celebra sus 25 años de compromiso con los más necesitados

21 nov 2011 . Actualizado a las 12:01 h.

Existe una casa, encima de la refinería, donde todos los que no tienen nada encuentran su hogar. Un lugar, bajo el parque de Bens, al que los enfermos terminales van a encontrar consuelo. Una institución en la que se acoge a aquellos a los que nadie quiere ya. Y lleva 25 años haciéndolo. El Hogar de Sor Eusebia celebra las bodas de plata de su compromiso con la caridad y la atención a los más necesitados. Con este motivo, este próximo sábado servirán un ágape a los miembros del hogar, los socios, autoridades y amigos para conmemorar tan significativa fecha. «Una pequeña fiesta que espero que nos salga a coste cero», matiza Begoña Folgar, administradora de la institución.

Y es que así funcionan las cosas en Sor Eusebia, de cada euro hay que hacer euro y medio, desde que un 24 de diciembre del año 1986 atravesasen sus puertas los dos primeros usuarios de las instalaciones, que, en aquel entonces, todavía estaban en una casita en el entorno de la torre de Hércules.

«Yo tenía la inquietud de buscar una casa en la que albergar a la gente que veía durmiendo en la calle. Darles cobijo, un techo y una taza de caldo. Estuve buscando el modo de hacerlo hasta que di con Carmen Rodríguez Losada, que tenía en mente hacer algo parecido. Finalmente se sumó Heliodoro Vicente Rodríguez, por quién conocí la figura de Sor Eusebia. Nos pusimos a trabajar y ahí empezó todo», recuerda José Vicente Martínez Rico, presidente de la asociación Hogar de Sor Eusebia y único fundador vivo. Y es que el Hogar depende de una asociación, precisamente, para garantizar su perdurabilidad: «En un principio yo quería hacerlo todo por mi cuenta, incluso sufragar los gastos en la medida de lo posible, para hacerlo todo a mi manera. Pero fue Carmen quien me convenció de que no debía ser así, porque entonces, el día que yo faltase, desaparecería todo», apunta.

De la Torre a Bens

En aquella casita de la Torre permanecieron, primero alquilados y luego como propietarios, hasta que el paseo marítimo los mandó a Bens: «Carmen era tremenda para esas cosas. Cuando anunciaron la expropiación se fue al Ayuntamiento y, ni corta ni perezosa, se plantó ante el alcalde y terminó conquistándole. Conseguimos esa vieja escuela inhabilitada en Bens y una indemnización que nos ayudó a ponerla a punto. Ahora, el uso se nota, pero cuando la inauguramos parecía un hotel de tres estrellas», cuenta el fundador.

Fue por esa época cuando los Hermanos Misioneros de los Enfermos Pobres se hicieron cargo de la llevanza del Hogar: «Tuvimos alguna mala experiencia con alguna gente que llegó a aprovecharse de las circunstancias. Así que Carmen me habló de los Hermanos y nos fuimos a Vigo, donde atienden a más de 300 personas. Y, desde entonces, aquí están, dando sus vidas por este proyecto».

Los Hermanos aportaron un nuevo matiz al objetivo último del hogar: «Ellos se dedican a los enfermos que no tienen quien los cuide. Eso añadía más valor si cabe a nuestra idea. Así que ahora el Hogar da cuidados y cobijo a los enfermos que nos mandan de los hospitales cuando ya no tienen remedio, enfermos terminales de sida, gente con problemas de movilidad que no tienen quien se haga cargo de ellos, algunos con problemas mentales crónicos, alcohólicos... Y son los hermanos los que los lavan, los atienden y los cuidan las 24 horas del día y 365 días al año», describe con admiración Martínez Rico. Además, aportaron un nuevo modo de trabajar: «Yo siempre insistí en que cada usuario tuviese su habitación individual, con llave, para que tuviese sus cosas, su último reducto, su casa. Pero la experiencia de los Hermanos nos ha enseñado que, dadas las circunstancias, es mejor que duerman acompañados, para que alguien pueda dar la alarma si hay una emergencia de noche», aclara el presidente. Por eso ahora cuentan con habitaciones de una, dos, tres y hasta cuatro personas para acoger a 62 usuarios.

Lucha diaria por sobrevivir

Un cuarto de siglo llevan ayudando a la gente, y quieren seguir haciéndolo muchos años más. Pero es una lucha diaria. «Ya solo mantener caliente la casa... Es que son unas instalaciones muy grandes y tienen mucho desgaste por el uso. Así que el mantenimiento es costosísimo. Vamos apañándonos, pintamos por trozos y nos ayuda algún interno cuando puede», afirma Begoña Folgar. «Como no tenemos un ingreso fijo, pues andamos con el alma en vilo. Pero se portan muy bien con nosotros. El Banco de Alimentos, las panaderías que nos regalan todos los días el pan, incluso nos revisan gratis los extintores. Y, por supuesto, los socios, que son los grandes artífices», señala con agradecimiento Martínez Rico, que hace 25 años tuvo un sueño que a base de esfuerzo y compromiso consiguió hacerse realidad con la cómplice generosidad de los coruñeses.