La indignación llegó a María Pita

Javier Becerra
Javier becerra A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Más de 2.000 personas hicieron una cadena humana convocada por la Acampada Coruña

26 may 2011 . Actualizado a las 15:50 h.

Llegaron a María Pita, pero podrían haberlo hecho mucho más lejos. La Acampada Coruña ha vuelto a hacer gala su poder de convocatoria y organización. Con apenas unos carteles fotocopiados y las redes sociales los indignados han logrado que más de 2.000 personas de todas las edades secundasen su propuesta: hacer una cadena humana desde el Obelisco hasta María Pita. El lema era Por un cambio real. La intención, demostrar la unión de toda esta masa de descontento en erupción.

La cita se había fijado para las ocho, en el lugar de siempre. Antes, Nicanor, uno de los personajes más carismáticos del campamento, advirtió, desde la tribuna improvisada frente al Banco de Santander, los fines: «Estamos aquí para lograr una nueva ciudadanía, una ciudad de seres libres y responsables». Y una interminable hilera de manos entrelazadas dieron forma simbólica a ese nuevo ciudadano que Nicanor fabricó en su mente.

La cadena se formaba sobre la marcha. Varios coordinadores, armados con megáfonos e identificados con chalecos reflectantes, dirigían una serpiente humana que se extendía sinuosa por el lateral derecho de la calle Real. A la izquierda, la marcha, dejándose llevar y conducir, empujada por un plus de ilusión que este movimiento ha generado desde el principio.

Cuando se alcanzó la mitad de la calle, se pulsó el botón de la emoción. Cacerolas, silbatos, y tambores generaron un atmósfera de euforia. «¡Eo, eo, eo, eo, lo llaman democracia y no lo es!». La canción rebotaba por la calle Real. Chocaba con el bullicio, los rostros de admiración de los comerciantes y la sensación general de que se estaba cociendo algo que iba a tener una gran repercusión.

La hilera llegó al Rosalía de Castro y se extendió por Riego de Agua hasta alcanzar María Pita. Ahí estalló la emoción de la gente. Como si al acceder a la plaza se hubiera marcado un gol en la portería de ese rival al que pretenden vencer -la corrupción, el paro, el poder de los mercados...- lo celebraron con una gran ovación. Pero la gente seguía llegando y llegando y la cadena se extendía por la plaza, bordeándola, trazando curvas y dibujando figuras caprichosas e imprevistas.

«¡El pueblo unido jamás será vencido!» se convirtió en el grito de guerra. Y los aplausos, en el agradecimiento colectivo de unos a otros. Todo hasta que, en un momento dado, la coreografía se rompió y los cientos de personas se echaron a correr hacia el Ayuntamiento, el símbolo de esa democracia a la que ellos quieren añadir el apellido «real».

«¡No nos mires, únete!», exclamaban a los policías locales que vigilaban el palacio municipal. Al final el hervidero volvió a invocar a ese pueblo unido que jamás será vencido y retornó al lugar de origen con el mismo ambiente de fiesta.

Allí los esperaba un concierto del músico Daniel Royo. Vigilado por un amplio despliegue policial interpretó sus canciones de corte social. El rumor de desalojo que circuló por la tarde no se consumó. A la media hora los agentes abandonaron. Ya lo advertían los organizadores de la cadena humana antes de empezar la marcha: «Están solo para ayudar, seamos justos con ellos». Y así fue por los dos lados.