Quién vela por la paz de los muertos

CARBALLO

La desaparición del cuerpo de Crisanto López en Cee pone de manifiesto el escaso control que se ejerce sobre los cementerios, casi siempre abiertos, en la comarca

25 nov 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Casi todo el mundo se pregunta lo mismo estos días en Cee. ¿Cómo es posible que alguien pueda entrar en un cementerio, llevarse un cadáver con su caja correspondiente, cerrar de nuevo el nicho y marcharse sin dejar rastro sin que nadie se entere?

La pregunta podría alargarse con otras muchas cuestiones relativas a tan fúnebre caso, pero las respuestas a las que faltan tendrá que darlas la jueza de Corcubión cuando finalice la investigación del caso.

Crisanto López desapareció y nadie se dio cuenta. Solo hizo falta, como mínimo, una furgoneta, cuatro personas para sostener el ataúd, una cuchilla para retirar la silicona de la lápida y un martillo -sí, hacen mucho ruido cuando se emplean- para romper la tapa de ladrillo del nicho. Todo un despliegue de medios, a los que hay que sumarle los haces de luces de las linternas para alumbrarse entre las tumbas de San Adrián de Toba. Un operativo macabro que, por ahora, no ha dejado ni rastro.

Pero lo cierto es que sí resulta posible hacer algo así. El tranquilo camposanto reposa en la soledad de la parroquia ceense. No hay casas en un radio importante y además el cementerio, detrás de la iglesia, se encuentra oculto a las miradas curiosas. Un sitio perfecto para el descanso de los muertos, sí, pero también un lugar apto para que algún desaprensivo los cambie de sitio sin testigos molestos.

En Toba, las puertas del cementerio están siempre abiertas. Si estuvieran cerradas, tampoco tendría mucha dificultad saltar el muro bajo del recinto.

Que las puertas no se cierren es algo muy normal en la Costa da Morte. Hasta ahora, que se sepa, no eran lugares a los que acudir más que para enterrar a los muertos y ponerles flores.

Sin embargo, no son tan tranquilas las tumbas como parecen. Recientemente una vecina de Corcubión pidió al Ayuntamiento que cerrase con llave el cementerio de noche. Al parecer, cuenta el alcalde, Francisco Javier Lema, un día se encontró con destrozos en un nicho de su propiedad.

El cementerio no se cerró ni está previsto que se cierre porque, explica el regidor, para eso haría falta disponer de personal que acudiese a abrirlo por la mañana y a cerrarlo a última hora de la tarde. Y Corcubión no tiene plantilla disponible para tales menesteres.

Si un Ayuntamiento carece de recursos para velar por la seguridad en un camposanto municipal, más difícil resulta todavía en las parroquias. Hace años se encargaban de tales asuntos, con suerte, los curas, pero visto que los muertos no suelen dar mucha guerra, la mayoría permanecen, ahora abiertos a quien quiera acceder a ellos.

Y los hay que lo hacen sin que su objetivo sea recordar a sus difuntos. Así, por ejemplo, en el camposanto de A Torre, en Laxe, no hace mucho aparecieron restos de un botellón. Puede resultar chocante que a alguien se le ocurra sentarse en una lápida de mármol para darle al calimocho, pero por lo que se ve, de todo hay.

Hace unos años el cementerio de Bértoa, en Carballo, tuvo también una visita no muy católica. Alguien decidió llevarse las imágenes de unos ángeles como recuerdo. Que se sepa, no volvieron a aparecer.

También es extraño, y más reciente, el afán de algún vecino entre las tumbas de Salto, en Vimianzo. Allí alguien decidió que el árbol que crece en el medio del recinto no podía ser una excepción en el contexto en el que se encontraba. Así que decidió que el árbol se sumase a los que allí estaban enterrados para dormir el sueño de los justos. Con un taladro se dedicó a hacerle agujeros en el tronco para acabar con él.

Menos violento, pero no menos atípico, fue lo ocurrido en el año 2007 en el lugar de Agrilloi, en la parroquia coristanquesa de Agualada.

Una mañana alguien se topó en medio de los nichos un montón de cirios y flores formando un círculo a los pies de un cruceiro. Allí había también tres cajas de cerillas colocadas en una posición determinada y rodeando todo ello un plato de cerámica con un filete crudo y un trozo de jamón sobre un lecho de pan rallado.

Dos años antes, en el mismo lugar, aparecieron dos hileras formadas por cintas de colores, siete puros, otras tantas cajas de cerillas y el mismo número de recipientes con aguardiente. Remataba el bodegón una botella de champán. No se puede considerar un ataque, como tampoco lo sería hacerse un churrasco en la iglesia, pero tampoco un uso ortodoxo de las instalaciones funerarias.

A los extraños rituales de Agualada hay que sumarle otras pequeñas pillerías y desperfectos cometidos en otros camposantos de la comarca. Con todo, hasta ahora, y que se sepa, no se había dado el caso de que nadie se llevara un cadáver.

En el caso de Toba las especulaciones son muchas. Algunos sospechan que el cuerpo no pudo ir muy lejos y que tal vez se encuentre descansando en otro de los muchos nichos todavía no ocupados que hay en el camposanto. Por ahora, no se han abierto más sepulturas en el lugar.

Tampoco parece haber muchas pistas que seguir para dar con el difunto maderero. Su familia ha denunciado el caso y quien lo haya sacado de su sitio se expone a una pena de cinco meses de cárcel por un delito de profanación de cadáveres.

En cualquier caso, lejos de esa visión de los camposantos como los lugares del reposo eterno, lo que parece es que algunos cementerios están muy vivos.