«El vínculo familiar es el que te da energía para acometer proyectos»

CARBALLO

Carballés orgulloso e inquieto, Urbieta Rey no concibe su vida sin la empresa, la velocidad y, sobre todo, sin la familia

18 jul 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Si hubiese nacido en el lejano Oeste, José Manuel Urbieta sería el típico vaquero que muere con las botas puestas. Pero vino al mundo en Carballo, en el seno de una familia que fundó, hace ya treinta años, una próspera empresa de automoción. Y en Automóviles Urbieta es donde quiere jubilarse. Pero, eso sí, después de haber recorrido buena parte del planeta, de haber experimentado el vértigo de la velocidad, de dejar un negocio muy vivo a la tercera generación y, si es capaz de arrancarse la última espinita que le queda clavada, de crear una planta de transformación de materias primas.

Aunque han sido engullidos por un casco urbano insaciable, los terrenos que ocupa Automóviles Urbieta, el concesionario Opel para la comarca, pertenecieron hasta no hace mucho tiempo a la vecina parroquia de Bértoa. Allí, en el atrio de la iglesia, José Manuel Urbieta solía jugar después de la misa del domingo. «Nos quedábamos los amigos para jugar al fútbol», recuerda. Sin embargo, su único contacto con el deporte rey resultó «poco gratificante». A los 21 años fichó por el Bergantiños, pero la temporada ya estaba iniciada y el entrenador lo puso de suplente. «Esa misma Navidad, la de 1979, le dije: yo de reserva no juego a nada, y me fui. Pero el fútbol -aclara- siempre me ha gustado muchísimo».

Claro que no tanto como los coches, sobre todo desde que su padre le construyó un coche, con un chasis de hierro y un volante, que se convirtió en «mi mejor juguete de niño. No salía de él ni para comer. Y no sé si impactó en mí, pero desde entonces siempre tuve afición a los coches», asegura. La genética tuvo mucho que ver, pero José Manuel Urbieta también se encargó de cultivar ese apego al motor, tanto sobre dos como sobre cuatro ruedas. «El mundo de la velocidad siempre me gustó, y me refiero a correr en circuito. La sensación de velocidad es tremenda, te crea una especie de vértigo o de escalofrío que a mí me carga las pilas».

Por eso no es extraño que hable del automóvil como «mi verdadera pasión, mi vocación... de alguna manera es mi vida», aunque ahora acuda menos a los circuitos porque, aunque lo ha intentado, no ha logrado inculcarle esa misma afición a su mujer. «Ahí tengo un suspenso», dice.

Influencia paterna

Pepe de Urbieta, el patriarca, fundó la empresa familiar en 1971, después de cinco años en Holanda. La idea inicial del taller de mecánica derivó con el paso del tiempo en el primer concesionario Opel de Galicia, una marca que Automóviles Urbieta ostentó durante una década. José Manuel estuvo prácticamente desde el principio, puesto que con solo 16 años de edad tenía muy claro su futuro. «Papá -le dije-, yo de mayor quiero vender y reparar coches». Y así fue. Tras un par de veranos en los que compaginó sus estudios en la Escuela Superior de Comercio con el trabajo en la empresa Epifanio Campo -con su salario se compró un coche-, se incorporó plenamente al negocio familiar. «Fue lindísimo, sobre todo empezar de cero», asegura.

Si pudiese retroceder en el tiempo, probablemente hubiese estudiado la carrera de Derecho, por la que siempre se sintió atraído. Pero su verdadera vocación fue la empresarial, a pesar de las ataduras que implica un negocio familiar y de la responsabilidad que se ha impuesto para legar la empresa, en las mejores condiciones, a la tercera generación de los Urbieta.

De hecho, para José Manuel, la familia «es básica. La estructura de la familia es sagrada e inviolable, está por encima del negocio, de la empresa y de todo. El vínculo familiar es el que te da energía para acometer proyectos, porque sin eso sería imposible mantener el automóvil, por mucho espíritu que tengas, sobre todo con la responsabilidad de llevar el apellido con orgullo». Y con ese orgullo lleva también su condición de carballés allá por donde va.

Porque José Manuel Urbieta ve Carballo con una mirada muy positiva: «Es un pueblo con un crecimiento enorme, con un potencial tremendo, pero depende del puerto exterior, sin lugar a dudas. En este momento, con esta crisis, no hay inversión. El polígono industrial tiene un freno, y no es el precio por metro cuadrado, sino la falta de expectativas empresariales a corto plazo, y si no tienes expectativas no puedes edificar». Desde su perspectiva, uno de los pilares del futuro es la formación, y en ese sentido considera «fundamental» el proyecto de la Casa dos Oficios. Pero también reclama un cambio de chip. «Carballo tiene que depender menos de la construcción, no puede ser solo un plan xeral y construir casas, sino que tiene que tener industria, tiene que tener actividad comercial y, sobre todo, tiene que generar recursos, y la única manera es el puerto exterior de Punta Langosteira», augura. El tiempo dirá si lleva o no la razón.