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Michael J. Fox

'Nadie quiere ser el cirujano que dejó a Michael J. Fox en silla de ruedas'

Estaba en la cima del éxito, con 29 años, cuando al actor Michael J. Fox le diagnosticaron párkinson. Hace cuatro años recibió un nuevo golpe: un tumor se extendía por su médula espinal. Una nueva y titánica lucha que relata en sus memorias, ‘No hay mejor momento que el futuro’, que ahora se publican en español.

Por Michael J.Fox

Jueves, 20 de Enero 2022

Tiempo de lectura: 8 min

Me hago unas preguntas que es preciso responder. ¿Cómo es que mis extremidades son tan débiles? ¿Por qué tengo siempre entumecidos los dedos de las manos y los pies?». Así relata Michael J. Fox en sus memorias, No hay mejor momento que el futuro, (ed. Cúpula) los nuevos síntomas que lo acompañan. «Soy incapaz de estar de pie sin venirme abajo. Mi propensión a las caídas –de culo, de narices– es insidiosa».

«Cuando me diagnosticaron la enfermedad de Parkinson en 1991, mi mujer, Tracy, y yo aún no habíamos cumplido los 30, estábamos recién casados, teníamos una hija pequeña. Han pasado 30 años y a estas alturas estoy hecho a la enfermedad, más o menos. Hace tiempo que asumí que no tengo el control sobre mi cuerpo. Comprendí que lo principal era hacer acopio de adaptabilidad y resiliencia. Pero, por si no bastara con el párkinson, una reciente resonancia magnética ha confirmado el temor que llevaba largo tiempo alimentando: tengo un tumor en la médula espinal que amenaza con dejarme paralizado más pronto que tarde».

«Soy incapaz de estar de pie sin venirme abajo. Me caigo de culo, de narices. Hace tiempo que asumí que no tengo control sobre mi cuerpo»

Uno de los pasajes centrales del libro recuerda el día que conoció al cirujano Nicholas Theodore. «Voy trastabillando por el corredor de la clínica en dirección a un médico con bata blanca situado a unos 20 pasos. Se diría que está a 20 kilómetros. Me cuesta conservar el equilibrio, así que apoyo las palmas de las manos en las paredes al avanzar. Cuando por fin llegamos al despacho, el doctor Theodore me conduce a la sala de consultas adyacente. Hablamos, y me dice que se sintió intrigado cuando le hablaron de un paciente con ependimoma en la médula espinal superior torácica, un caso tan complicado que nadie se atrevía a operar. No le revelaron mi nombre hasta que el doctor Theodore aceptó el desafío».

«'Cualquier neurocirujano sentiría un nudo en el estómago al ver cómo está su médula. Yo mismo me he quedado con la boca abierta'. Theodore entiende por qué los demás consideraron que lo mío es inoperable. ‘En vista del tamaño y la ubicación del tumor en el nexo cervicotorácico, la intervención es arriesgada’. Se acerca un poco y me confía: ‘Nadie quiere ser el médico que dejó a Michael J. Fox en silla de ruedas’».

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El objetivo de Michael J. Fox.El celebrado actor de ‘Regreso al futuro’ tiene hoy 60 años y ha vuelto a partir de cero en todo –dice– hacia el ambicionado objetivo final: caminar sin necesidad de ayuda.Getty Images.

Llega el día de la operación. Son las siete de la mañana. Michael J. Fox recuerda: «Me llevan al quirófano en camilla. Vestidos con batas verde claro, personas desconocidas flotan en torno a la mesa como espectros. Se comunican por medio de murmullos, señalan con el mentón al paciente, bisbisean alguna que otra cosa más. Me asusto. ¿La operación será efectiva? ¿O el tumor en la médula ya no tiene remedio? ¿Y si la intervención al final resulta ser un trayecto de alta velocidad al destino que desde siempre ha estado esperándome?».

La locura llega al despertar

Posoperatorio. «Me trasladan a la unidad de cuidados neurointensivos», continúa relatando. «Salgo de la anestesia con la cabeza nublada, voy recuperando la conciencia a trompicones. Bajo los párpados pesados veo a Tracy de forma desvaída. A su lado está una de mis tres hijas, Schuyler. Si en algún momento pensamos que íbamos a sentirnos eufóricos y victoriosos, estábamos equivocados. Tracy dice que me encuentra ‘con la cabeza juiciosa’. Pero durante las siguientes horas tenemos que vérnoslas con una nueva realidad. No termino de entender dónde estoy ni quién soy. Para nuestra hija, recién licenciada en Psicología, resulta traumático, un cursillo acelerado sobre la cuasilocura episódica».

Un acontecimiento dispara su locura: «Dos enfermeros me llevan a una cama con ruedas. No siento las piernas ni la espalda. No siento el peso de mi cuerpo contra la superficie de la cama. Tengo la vívida sensación de estar resbalando, deslizándome. Una punzada de pánico. Levantando la voz: ‘¡Estoy cayéndome de la cama! ¡Me caigo!’. Los enfermeros me sonríen de forma tranquilizadora. ¿Un tanto condescendiente también? Me cabreo. Los acuso repetidamente: están tratando de hacerme caer de la cama, lo que quieren es que me la pegue contra las baldosas del suelo».

Los accesos de locura que sufre tienen explicación. «En los dos últimos días no han cesado de inyectarme anestésico. Ayer, una buena dosis para asegurarse de que la resonancia magnética saliera como tenía que ser. Y luego, menos de 24 horas después, otra dosis, aún más fuerte, en preparación para la cirugía. Durante la operación fue preciso administrar otra más adicional. A lo que hay que sumar un analgésico opiáceo contra el dolor y mi medicación normal contra el párkinson. Como resultado, llevo un colocón de campeonato».

«Estoy convencido de que todos conspiran para perjudicarme y humillarme. Estoy seguro de que los del hospital me han hecho venir a este lugar valiéndose de mentiras y pretextos. Me encaro con los médicos, les grito: ‘Se suponía que iban a curarme, pero ahora no siento la espalda ni las piernas. ¡No son médicos, son actores contratados! ¡Esto es una tomadura de pelo, pura comedia! ¡Yo también soy actor, y me doy cuenta!’. Paso a las amenazas. ‘Haré que mi abogado hable con vosotros. ¡Cliff os pondrá firmes!’ (Cliff, abogado especializado en la industria del entretenimiento)».

«Me encaro con los médicos, les grito: ‘Se suponía que iban a curarme, pero ahora no siento la espalda ni las piernas. ¡No son médicos, son actores contratados!'»

Durante la noche se suceden más delirios que el actor va describiendo en el libro. «Mi mujer y mi hija entienden que he medio enloquecido. Aunque contrariada, Tracy se hace cargo de la situación. Pero Sky se desmorona al ver que su padre, normalmente amigable, de pronto parece estar poseído y ser otro, se ha convertido en un desconocido que aúlla fuera de sí».

Y llega el día en que lo llevan a planta. «Dos celadores me hacen salir de la unidad de cuidados intensivos y me llevan en silla de ruedas. Me resulta raro encontrarme fuera de esa cama. Durante los últimos días lo ha sido todo para mí, desde una balsa salvavidas hasta una alfombra voladora, pasando por la noria de un hámster. Me despido y pido disculpas al personal médico. Mientras voy en la silla por el corredor, miro hacia atrás para cerciorarme de que la cama no está siguiéndome», rememora.

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En familia. Fox y su esposa, Tracy Pollan, junto con sus cuatro hijos: Schuyler Frances, Esme Annabelle, Sam Michael y Aquinnah Kathleen.Getty Images.

El actor relata en sus memorias como, poco a poco, va retomando el control. «Si no consigo recuperar el necesario equilibrio, mi misión es utilizar mis dotes de actor para fingir que me siento equilibrado. Lo que quiero es recuperarme, poner fin al tratamiento volando, superar los problemas, bailar un zapateado en el escritorio del doctor Theodore e irme a casa de una puñetera vez. Por desgracia, acaban de operarme de la médula y no puedo hacer nada de todo eso».

El sueño de volver a caminar otra vez

«No puedo escapar del hospital, pero me desquito como puedo. En los raros instantes en que me encuentro a solas hago lo posible por andar unos pasos, a ver qué tal. Como un equilibrista con botas militares, me bamboleo adelante y atrás. Pero creo que estoy haciendo algún progreso que otro. El doctor Theodore me visita por primera vez desde mi traslado a la unidad de rehabilitación. Se ha enterado de mis ocasionales paseíllos en busca de nuevas aventuras y no le gustan nada. Me pregunta cómo estoy y procede a reprochármelo. ‘Me dicen que de vez en cuando trata de andar por su cuenta’. ‘Eh, sí, para ver cómo está la máquina. Probando, uno, dos…’».

El doctor se muestra tajante. No está para bromas. «’No lo haga. No hay palabras para describir lo delicado del trabajo que hemos hecho con su médula espinal, lo frágil que es todo aún. Si sigue haciendo el tonto, terminará por caerse y ya no podré ayudarlo. No seré capaz de arreglar el desperfecto. Porque aquí no estamos hablando de una rodilla despellejada, sino de que todo lo que hemos hecho se habrá vuelto inútil. Con riesgo de parálisis».

Finalmente, Michael recibe el alta. «En lugar de salir del hospital de la consabida forma espectacular –a paso decidido, con el abrigo y el sombrero puestos–, lo hago poco a poco, sentado en la silla de ruedas y vestido con chándal carcelario».

Durante los dos meses siguientes se enfrenta al reto de volver a empezar. «Parto de cero en todo: a la hora de estirar el cuerpo, de realizar los movimientos fundamentales, de sentarme o levantarme de una silla, de coger algo que se mueve o pillar una pelota de béisbol lanzada en mi dirección (sin pegarme un leñazo contra el suelo). El ambicionado objetivo final: caminar sin necesidad de ayuda. Recorro kilómetros y más kilómetros en un corto tramo de pasillo situado en la tercera planta de la clínica, con andador primero, con dos bastones luego, con uno solo después».

Y llega el gran día. «Reconozco que estoy nervioso. Normalmente me las arreglaría para disimular, pero tengo miedo. No es que me sienta aterrado, pero sí que me embarga el comprensible temor a un resultado negativo. No sería la primera vez y no tengo ganas de volver a pasar por lo mismo».

«Me apoyo en una columna. Mi mente procesa y analiza los acontecimientos de la jornada. Convencí al anestesiólogo de que se lo tomara con calma esta vez, por lo que me administró una dosis no tan masiva del sedante, suficiente para que me estuviera quieto durante la resonancia magnética. Tengo la cabeza un tanto nublada por el válium, pero trato de pensar en lo que el doctor Theodore me ha dicho al leer los resultados».

Al salir del hospital con el nuevo diagnóstico entre las manos, se hace un ovillo en el coche. «Mi madre pronto viene de Vancouver. Me muero de ganas por darle la noticia. Ya es oficial: la cirugía ha funcionado. El tumor no va a volver a crecer. La médula espinal está limpia de asquerosidad. Las cosas no pueden haber salido mejor».

Han pasado dos años desde la operación y el tumor no ha reaparecido. Fox se las arregla para seguir adelante con sesiones semanales de fisioterapia. Tiene que seguir lidiando con el avance del párkinson, pero por suerte no tiene otros problemas de salud.

© Contour by Getty Images / Foto: Randall Slavin