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Anthony Hopkins 'Yo era un borracho absoluto. Hice daño a muchas personas'

A los 83 años se ha convertido en el actor de más edad en ganar un Oscar. Hace tres décadas ya, encarnó al personaje que definió su carrera: Hannibal Lecter. Ahora hace balance de su vida. Sin dramatizar, pero sin eufemismos. “Cuando vuelvo la vista atrás, no puedo sentirme orgulloso'

Por Caroline Scott / Foto: Sebastien Micke

Sábado, 14 de Agosto 2021

Tiempo de lectura: 9 min

Sentado en su casa en las colinas de Santa Mónica, en California, a Anthony Hopkins le gusta mirar Google Maps y recorrer las calles de Margam, la pequeña población del sur de Gales donde vino al mundo una Nochevieja hace 83 años. «Empiezo por la casa de mi abuelo, subo por Caernarfon Road y doy un paseo por Port Talbot, la ciudad de al lado. Así me entretengo».

De chaval, a  Anthony Hopkins le divertía viajar en la plataforma posterior del autobús que llevaba a Port Talbot, con la ilusión de ver cosas nuevas. Sigue con la misma ilusión en lo referente a la vida. «Lo que importa es vivirla, seguir adelante con ella. Todos vamos a morirnos un día», dice. Y añade: «Últimamente me he hecho un par de pequeñas lesiones por andar demasiado acelerado. Mi mujer insiste en que me lo tome todo con más calma. Trato de hacerle caso».

Cuando llegó a América hace cuarenta años, Hopkins era un hombre todavía joven, inquieto e impaciente, con cierto complejo de inferioridad. Creía que no encajaba en ninguna parte. Hoy es uno de los actores más admirados y prestigiosos de Hollywood.

Los años le han llevado a ser consciente de lo frágil de la existencia. «Soy más consciente de la mortalidad. Como consecuencia, ya no soy tan duro a la hora de juzgar a los demás. Porque todos somos frágiles; de hecho, todos estamos medio rotos por dentro. El mundo es una casa de locos, por lo que no hay cosa más fácil que señalar a los demás y condenarlos por lo que hacen. Demasiado fácil. Yo hago lo posible por mantener el pico cerrado y disfrutar de la vida».

Celebrar la vida.
Celebrar la vida.Hopkins baila en su casa tras haber recibido la vacuna para la COVID-19.

Y le viene a la mente el recuerdo de cuando su propio padre –panadero de profesión– estaba muriéndose en el hospital. «Me acuerdo como si lo estuviera viendo. Un hombre antaño fuerte y mandón, ahora en declive, deprimido y aterrado ante la llegada de la muerte. Se mostraba quisquilloso, irascible, lo que quería era que lo dejáramos en paz… En eso he salido a él. Lo que mi padre sentía al final era miedo. Hacemos lo posible por fingir lo contrario, pero todos estamos solos, más solos que la una. El éxito personal está muy bien, te ayuda a seguir adelante en la vida, pero al final todos estamos solos y desesperados. Lo que encuentro tan doloroso como significativo».

Hopkins solo tiene una hija –nacida en 1968, de su primer matrimonio, con Petronella Barker– y hay quien dice que se llevan mal y no se hablan. «Ese tema es tabú», gruñe de inmediato. «De esto no voy a hablar». Más tarde me dirá que «el pasado... pasado está. Me arrepiento de ciertas cosas, claro. Algunas no tienen remedio, ni aunque pudieras volver atrás en el tiempo. Cosa que tampoco me gustaría hacer, la verdad. Uno tiene que seguir adelante con su vida, vivirla sin detenerse a mirar atrás».

Un niño solitario e inseguro

Hijo único, Hopkins fue un niño solitario y desconfiado, con problemas para hacer amigos. «Sacaba notas mediocres y los deportes no se me daban bien. Miraba alrededor y creía estar rodeado de marcianos. Hace un par de años, mi mujer preguntó a uno de mis antiguos profesores, un hombre que ahora tiene noventa y tantos: '¿Qué tal alumno era Tony?'. '¡Un desastre!', fue la respuesta».

Sus padres no sabían qué hacer con él. «No tenía ninguna seguridad en mí mismo, ninguna. Me repetía que yo era tonto de remate».

Su madre hizo que tomara clases de dibujo y pintura con una joven llamada Bernice Evans. «Un día estaba dibujando un pirata, y el novio de la chica llegó por las escaleras. Echó una ojeada al dibujo y comentó: 'Las botas del pirata te han salido muy chulas'. El novio de marras no era otro que Richard Burton, por entonces aspirante a convertirse en actor profesional. Unos cuantos años después, cuando Burton ya era una estrella mundial, Hopkins se acercó a la casa que tenía en Caradog Street para pedirle un autógrafo. «Me lo firmó y se largó al volante de su Jaguar color gris. Me dije que de mayor quería ser como él». Está convencido de que este encuentro fue determinante.

'Un día llegó el novio de mi profesora de dibujo y elogió lo que yo estaba pintando. Era Richard Burton, aún aspirante a actor. Aquel encuentro fue determinante'

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La madre protectora.Hokpins ganó en febrero el Oscar a mejor actor por El padre, la historia de un hombre con alzhéimer que rechaza los cuidados de su hija. Dice que se inspiró en su propio padre, que hizo lo mismo con su madre. Hopkins solo tiene elogios para ella, que, a sus 7 años, lo impulsó a tocar el piano y a pintar, a lo que hoy él se dedica.CORDON

Leer cada guion 250 veces, ni una menos

Después de pasarse varios años actuando en salas de provincia, consiguió que sir Laurence Olivier lo contratara para trabajar en el prestigioso National Theatre. Olivier se convirtió en su mentor. «Supongo que le caí en gracia porque yo era físicamente fuerte, así como descarado y atrevido. Y porque trabajaba como un animal, ojo», indica nuestro hombre. Hopkins sigue siendo un trabajador infatigable. Tiene el hábito de leerse cada escena de un guion 250 veces –ni una más ni una menos–, entrenando la mente como un atleta ejercita los músculos, hasta que el guion no tiene el más mínimo secreto para él. «Así es como funciona mi mente. Soy obsesivo. El teatro hizo que me disciplinara. No soy uno de esos actores sociables. Era un bicho raro. Siempre iba a mi aire. Concluido un ensayo, me faltaba tiempo para cambiarme de ropa y largarme al pub de la esquina».

'La temeridad y la rabia me empujaron adelante; me llevaron a conseguir cosas. Tomé decisiones demenciales y, sin embargo, salieron bien'

Olivier reparó en sus tendencias destructivas. Preocupado por sus excesos con la bebida, hizo que fuera a ver a un psicólogo. Hace pocos años, Hopkins declaró que su alcoholismo de otros tiempos «en realidad me vino de maravilla, fue una especie de regalo en mi vida. Porque, haga el papel que haga, soy consciente de lo que es encontrarse al borde del abismo». Hoy ve las cosas de otra forma, no considera que su adicción fuera un regalo de los dioses, aunque insiste en que el abismo sigue siendo un elemento motivador.

«Cuando vuelvo la vista atrás, no puedo sentirme orgulloso porque hice daño a muchas personas –me dice–. Yo era un borracho absoluto. Ni por asomo me gustaría volver a esa época, pero el hecho es que la temeridad y la rabia me empujaron adelante. Me llevaron a conseguir cosas. Tomé decisiones demenciales que, sin embargo, salieron bien».

'El público no se había ido y yo ya estaba empinando el codo en el bar'

En 1974 encarnó al doctor Martin Dysart en Equus en un escenario de Broadway. A Hopkins le encantaba la electrizante atmósfera de Nueva York, por no hablar de los bares abiertos toda la noche. «Unos lugares increíbles en los que veías de todo. Mientras el público iba saliendo del teatro, yo ya estaba sentado a la barra empinando el codo. Todo aquello me parecía la mar de divertido». Reconoce que trabajar con él era complicado porque siempre estaba con resaca. Y en las fiestas era muy capaz de ponerse a repartir insultos a diestro y siniestro. No se acuerda de muchos detalles, pero tiene claro que «quien estuviera a mi lado sin duda lo pasaba mal».

«La bebida es lo mejor que hay para olvidarse de los problemas –afirma–. Hace efecto de inmediato. Y yo tenía unos cuantos problemas personales. No estaba contento conmigo mismo. Sentía remordimientos por las cosas que hacía. Me daba una vergüenza insoportable ser como era. Encontraba que mi éxito como actor era totalmente inmerecido».

¿Puedo preguntar por su hija? 'Ese tema es tabú. El pasado, pasado está. Algunas cosasno tienen remedio ni aunque pudieras volver atrás en el tiempo'

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La hija distanciada.Hopkins tiene una sola hija, Abigail, ahora de 49 años (en la foto, con 19, su última aparición juntos). Hace tres años dijo que llevaban dos décadas sin hablarse y ni sabía si tenía nietos. No los tiene. Abigail, que vive en Londres y se dedica a la música, no se prodiga en público, pero sí ha dicho que la mala relación con su padre la ha marcado.Getty Images

Hopkins dejó la bebida el 29 de diciembre de 1975, tras despertar en la habitación de un hotel de Arizona sin tener idea de cómo había llegado allí. Fue a Alcohólicos Anónimos y desde entonces no ha bebido una sola gota... «y tampoco he sentido la necesidad», asegura. «Tras pedir ayuda, me di cuenta de que no era el único en el mundo. Había un montón de personas como yo, en mi misma situación, y los miedos que me atenazaban comenzaron a desaparecer».

Pido más detalles, pues muy pocos logran dejar el alcohol así. Me dice que no. «Mire, este tema está muerto y enterrado. No soy de los que se regodean al hablar de su depravación anterior, de lo maravillosos que ahora son. A mí me aburre hablar de todo eso». El 29 de diciembre envió un mensaje a sus 750.000 seguidores en Twitter para celebrar sus 45 años de abstinencia. El vídeo se hizo viral.

Después del éxito de El silencio de los corderos, la película de 1991 que le reportó el Oscar por su interpretación de Hannibal Lecter, los demonios en su mente fueron perdiendo fuerza. «Nada más leer el guion, supe lo que tenía que hacer para lograr que el personaje fuese adorable y cruel a un tiempo», indica. En un momento dado se convierte en Lecter otra vez. El pulso se me acelera al verlo. A la hora de encarnar el mal, no hay un actor comparable a Hopkins.

'Todos fingimos. Es normal: somos humanos'

Desde entonces ha ganado muchos otros galardones y hasta ha sido nombrado caballero en Gran Bretaña. ¿Por fin se considera un triunfador? «¡Ni hablar! –contesta–. Cuando empiezas a creértelo, ya no vales para nada. Porque nadie es importante. Todo se reduce a hacer lo que puedas con el poco o mucho talento que te ha caído en suerte, a tratar de pasarlo bien en la medida de lo posible, sin creerte mejor que los demás».

En 2003 contrajo matrimonio con su tercera mujer, Stella Arroyave, de origen colombiano y ahora de 64 años. Stella terminó por insuflarle la confianza necesaria para ponerse a pintar en serio. Además de actuar y dirigir, Stella encuentra tiempo para gestionar la compañía que tiene a medias con él: Margam Fine Art. «Stella tiene un olfato increíble para los negocios. Ni por asomo me planteo hacer la mitad de las cosas que ella hace».

No hace vida social con otros actores. «Me gusta echar unas risas, claro, pero no soy demasiado gregario. Antes iba de fiesta en fiesta, pillaba unos ciegos de campeonato y no me acordaba de nada. Ahora estoy muy a gustito conmigo mismo. Al finalizar el rodaje, el productor de turno anuncia que vamos a salir todos de cena para celebrarlo. El latazo de siempre, me digo. Pero bueno... voy con todos. Una vez en el restaurante, miro alrededor y veo que los demás también preferirían estar en otro lugar. Todos fingimos. Es normal: somos humanos».

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La mujer enérgica.Se conocieron en 2001 en  una tienda de antigüedades, donde Stella Arroyave trabajaba. Él aún estaba casado con su segunda mujer, pero, dice, ya no tenían casi relación. Se casó con Stella en 2003, que ahora también actúa y dirige. Hopkins elogia de ella su gran energía y que «siempre se levanta de buen humor».Getty Images

Ya lo han vacunado contra la COVID-19. «Por las mañanas me levanto, como unos cereales para desayunar y voy al gimnasio de la casa un rato. Pinto, leo, toco piezas difíciles al piano, porque me interesa ejercitar el cerebro. Juego con mi gato. Lo que pasa ahí fuera no me interesa». ¿El Anthony Hopkins joven alguna vez soñó con encontrar tan plena satisfacción en la vida? «No, nunca, porque eso llega con los años», dice sonriente.

Piensa en la muerte, «pero no de forma morbosa. Lo único a lo que aspiro es a estar en paz cuando me llegue el momento». Dice que la aceptación de la propia insignificancia le resulta reconfortante. «El primer día que estuve sin beber, un amigo preguntó cómo me sentía. 'Insustancial', respondí. Y de inmediato comprendí que todos lo somos, sin ningún género de dudas. No hay una sola persona que sea importante. En este vasto multiuniverso que habitamos, no somos nadie, somos la nada. Aquel día tuve una sensación de liberación absoluta».

@ The Sunday Times Magazine