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Charles Lindbergh, el héroe americano fascinado por Hitler (y por tres rubias alemanas)

50 aniversario de su muerte

Charles Lindbergh, el héroe americano fascinado por Hitler (y por tres rubias alemanas)

En 1927 atravesó el Atlántico en un vuelo solitario y se convirtió en una leyenda, acrecentada por el secuestro y muerte del primero de los seis hijos que tuvo con su esposa. En Alemania, y en secreto,  acabaría teniendo seis hijos más con otras tres mujeres, a la par que defendía el nazismo con entusiasmo. Se cumplen cincuenta años de la muerte del héroe más turbio.

Viernes, 16 de Agosto 2024

Tiempo de lectura: 7 min

El hotelero de Nueva York Raymond Orteig, gran aficionado a la aviación, había ofrecido en 1919 la suma de 25.000 dólares al piloto capaz de salvar sin escalas los 5800 kilómetros que separan Nueva York de París. El joven piloto de línea postal Charles Lindbergh –hijo de unos emigrantes suecos, un chico anodino y algo zascandil– aceptó el desafío con el Spirit of San Louis, un estilizado monomotor expresamente diseñado para ese vuelo. El aparato pesaba 1310 kilos, pero podía cargar casi su mismo peso en gasolina.

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Un 'true crime' en directo. Charles Jr., el primer hijo de los Lindbergh (aquí con su madre, la escritora y aviadora Anne Morrow), fue secuestrado con 20 meses en la habitación donde dormía usando una sencilla escalera. Pagaron un rescate, pero el bebé apareció muerto dos meses después. Anne y Charles tuvieron otros cinco hijos. | Getty Images.

Luchando contra la fatiga y las adversas condiciones meteorológicas, el joven Lindbergh coronó su hazaña en 33 horas. Cuando aterrizó en el aeródromo parisino de Le Bourget, lo aguardaba una entusiasmada multitud de 150.000 personas.  Su logro catapultó su popularidad en todo el mundo, incluso por encima de la que tuvo la estrella cinematográfica del momento, Rodolfo Valentino. No fue solo una hazaña deportiva. El vuelo transatlántico también supuso el lanzamiento definitivo de la aviación comercial. En el plazo de un año, el número de pasajeros de aviones comerciales se cuadruplicó.

El joven Lindbergh fue aclamado en una gira triunfal por Sudamérica, en la que conoció a su esposa, Anne Morrow, hija del embajador americano en México, aviadora y escritora de talento. Con ella como copiloto ganó el récord de velocidad entre Los Ángeles y Nueva York, y participó en otros vuelos igualmente jaleados por la prensa. Después de esa etapa de efervescencia se calmó para convertirse en asesor de líneas comerciales que aprovechaban su fama.

Dos meses después del secuestro, un camionero encontró el cadáver del bebé en un arcén. Murió desnucado, quizá accidentalmente durante el rapto

Los Lindbergh fueron una pareja feliz hasta que la desgracia se ensañó con la familia. En 1932, un desconocido penetró en la casa de la pareja y secuestró a su bebé de 20 meses de la habitación del primer piso donde dormía. En una nota redactada en pésimo inglés, el secuestrador exigió como rescate 50 millones de dólares en pagarés del Tesoro.

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Entre colegas. En 1936, el mariscal Hermann Göring recibió a Charles Lindbergh y su esposa en Berlín. El matrimonio no escatimó en elogios al nazismo. Compartían sus principios: el antisemitismo, la creencia de la superioridad de los blancos y la práctica de la eugenesia mediante 'métodos selectivos' (esterilización o eliminación) para «mejorar la raza». | Getty Images.

El secuestro conmocionó a la nación. La prensa y la naciente radio se cebaron en peregrinas especulaciones sobre «el delito del siglo». Un mediador entregó el dinero del rescate, pero el bebé nunca apareció. Pasados dos meses, un camionero que había detenido su vehículo para orinar descubrió el cadáver de la criatura en el arcén a pocos kilómetros de la casa de los Lindbergh. La autopsia reveló que el bebé había muerto desnucado (quizá accidentalmente en el momento del secuestro, pues la tosca escalera usada presentaba un travesaño roto).

Las pesquisas de la Policía se basaban en la numeración de los pagarés del Tesoro entregados al secuestrador, que tarde o temprano tendrían que aparecer porque caducaban en breve. El empleado de una estación de servicio que recibió como pago uno de ellos tuvo la precaución de anotar al dorso la matrícula del vehículo del sujeto que se lo había entregado, lo que condujo a la detención del emigrante alemán Bruno Richard Hauptmann, de profesión carpintero, con ciertos antecedentes delictivos. En el registro de su casa aparecieron nuevas pruebas.

Hauptmann siempre sostuvo que era inocente. Lo interrogaron los más persuasivos inspectores de la Policía, como consecuencia de lo cual sufrió el quebranto de dos costillas, pero siempre mantuvo su inocencia. «Yo no he matado al crío –mantenía tozudo–. Tan solo quise aprovecharme del rescate». Lo condenaron a muerte y lo ejecutaron en la silla eléctrica.

Lindbergh promovió el nazismo. Luego visitó un campo de exterminio y constató el horror, pero lo equiparó con lo que Estados Unidos hizo en Japón

Hoy se discute si las pruebas circunstanciales que pesaron en contra de Hauptmann eran sólidas. Algunos creen que se ejecutó a un inocente. Incluso circula la teoría de que fue el propio Lindbergh, aficionado entonces a las bromas pesadas, el culpable de la muerte de su bebé cuando fingió su secuestro y le causó la muerte al escapársele de las manos cuando se rompió el travesaño de la escalera.

Eso explicaría también el hecho de que el perro de la familia, que era muy ladrador en cuanto algún extraño se aproximaba a la casa, permaneciera tranquilo mientras un extraño escalaba el muro y allanaba la casa.

Un entusiasta de la eugenesia

Los Lindbergh quedaron anímicamente destruidos. Hastiados de tanta publicidad en un asunto tan doloroso, decidieron mudarse a Inglaterra en 1935.

En Europa, Lindbergh visitó como invitado de honor la Alemania nazi, cuyos logros lo encandilaron, al igual que a su esposa. El mariscal del aire Göring lo invitó a visitar bases aéreas y fábricas de aviones. En una de estas visitas incluso le permitieron pilotar un caza Messerschmitt 109, la principal arma de la Luftwaffe. Lindbergh no tuvo inconveniente en informar de lo que veía a la inteligencia militar americana, aunque es posible que tan abierta acogida por parte de Göring encerrara también el propósito de exagerar el poderío aéreo nazi en vísperas de un conflicto que se preveía inevitable.

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Sus últimos días. Lindbergh murió retirado en Hawái con su esposa en 1974. Sólo tras su muerte se supo que había tenido otros seis hijos en Alemania de tres mujeres diferentes. | Getty Images.

En cualquier caso, los Lindbergh se entusiasmaron con Alemania y fueron sus excelentes propagandistas. El famoso aviador asistió entre los invitados de honor a los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Después de que Hitler lo recibiera y lo condecorara, Charles, que era algo bocazas, no tuvo inconveniente en declarar que «en ningún país europeo había observado que la gente gozara de libertad comparable a la que se disfrutaba en Alemania». A ello se unió su aplauso por los postulados nazis (el racismo, el antisemitismo y en especial la eugenesia, una pseudociencia que propugnaba la mejora de la raza mediante medidas radicales). Digamos en su descargo que Hitler era entonces popular en todo el mundo y la revista Time lo designó «hombre del año» en 1938.

En estos años, Lindbergh también colaboró con el famoso cirujano Alexis Carrel, otro convencido de la superioridad de la raza blanca, en las primeras investigaciones sobre la conservación de tejidos vivos in vitro y marcapasos coronarios. Carrel, que tenía sus ribetes de showman, aceptó de buena gana la colaboración del aviador en el diseño de una bomba de perfusión a prueba de infecciones capaz de mantener vivo un órgano fuera del cuerpo.

El inventor del lema «América primero»

De regreso a los Estados Unidos, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Lindbergh se alineó con los aislacionistas partidarios de que Estados Unidos se mantuvieran al margen del conflicto, el comité America First («América primero», lema que ahora retoma Trump). En sus discursos por todo el país repetía la misma idea: los únicos interesados en implicarnos en esta guerra son «los británicos, los judíos y el Gobierno de Roosevelt».

Dejó tres 'viudas', además de la legítima: tres mujeres alemanas (dos de ellas, hermanas) con las que tuvo seis hijos a partir de 1957

Buena parte del pueblo americano también prefería mantenerse al margen de la guerra porque no había encontrado ventaja alguna en la implicación de los Estados Unidos en el conflicto de 1914. No obstante, tras el traicionero ataque japonés a la base militar de Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941, la opinión pública basculó al lado de los belicistas. Consecuentemente la estrella del aislacionista Lindbergh palideció. Muchos lo consideraron un traidor por sus veleidades hitlerianas.

Consciente de su deber patriótico, Lindbergh trabajó como asesor de la fábrica Ford, que construía bombarderos B-24 operativos desde altitudes hasta entonces desconocidas. No tuvo inconveniente en someterse a pruebas experimentales sobre hipoxia y otras consecuencias de las grandes altitudes en el cuerpo humano. Se implicó más tarde en estudios sobre el desempeño en combate del avión F4U Corsair, lo que lo llevó al frente del Pacífico en unas cincuenta misiones de guerra.

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La familia secreta. Tres de sus hijos que probaron con ADN su filiación. Supieron quién era su padre cuando su madre, Brigitte Hesshaimer, falleció y hallaron su correspondencia. Las 'viudas' de Lindbergh, a las que ayudaba económicamente, mantuvieron el secreto. Los niños pensaban que el aviador era un hombre de negocios, amigo de la familia, llamado Careu Kent. | Getty Images.

Tras la rendición alemana, Lindbergh visitó un campo de exterminio y pudo constatar los horrores del nazismo, pero en su diario los equiparó con lo que sus compatriotas estaban haciendo a los japoneses.

Defensor de los animales

Terminada la guerra, Lindbergh trabajó como consejero militar de Estados Unidos y en distintas compañías de aviación civil, además de preocuparse por la protección del medioambiente y de la fauna en peligro. En sus últimos años, el matrimonio Lindbergh (que, además del bebé muerto, tuvo otros cinco hijos) se retiró a la vida apacible de la islita Maui, en Hawái, donde el famoso aviador murió de leucemia en 1974.

Solo entonces se descubrió que dejaba otras tres 'viudas', además de la legítima. Las tres alemanas, guapas y rubias: Brigitte Hesshaimer, una joven sombrerera muniquesa con la que tuvo tres hijos, aunque solo la visitaba dos veces al año; Marietta Hesshaimer, hermana de Brigitte, con la que tuvo dos hijos; y su secretaria y traductora Valeska, con la que tuvo otro. A las tres escribió días antes de morir para despedirse y rogarles que mantuvieran en secreto su doble (o cuádruple) vida.