¿Qué es el apego?, ¿cómo se desarrolla?, ¿qué tipo mantengo con mis seres queridos?

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Imagen de archivo de una pareja durante la jornada electoral.
Imagen de archivo de una pareja durante la jornada electoral. Lavandeira Jr | EFE

La psicóloga Lucía Luengas explica que el vínculo se empieza a formar desde la gestación y defiende que «la dependencia no siempre es mala»

24 sep 2024 . Actualizado a las 16:22 h.

El apego, siempre y cuando sea positivo, es beneficioso. «Se ha confundido, a raíz de las redes sociales, el apego con la dependencia emocional, haciéndonos creer que si dependes de alguien emocionalmente, eres más vulnerable y tienes más riesgo de que te dañen, cuando en realidad, todos somos dependientes porque somos seres sociales», quién habla es Lucía Luengas, psicóloga especializada en psicoterapia del bienestar emocional, que en su nuevo libro, Una fortaleza en tu mente (2024, Roca Editorial) aborda todas las formas de apego. 

Al referirse a ello, se refiere también a un vínculo, muchas veces visto como algo negativo e innecesario. «En realidad, es el primer vínculo primario que empezamos a desarrollar desde que estamos en el cuerpo de nuestra madre», comenta. «Bien gestionado es excelente y necesario para la socialización».

La teoría del apego fue impulsada por el psicoanalista John Bowlby, que hizo hincapié en la importancia que tiene la interacción y los vínculos con el resto durante los primeros años de vida a la hora de obtener un buen desarrollo psicoafectivo. «Siempre lo defino como unos hilos, como unos lazos emocionales, que establecemos con personas significativas de nuestra vida», señala Luengas. Hilos sobre los que uno se deja caer cuando existe un período de inestabilidad emocional. 

El apego empieza a desarrollarse a partir de los dos meses de vida, «cuando el bebé empieza a reconocer a la figura o figuras de apego como principal persona cuidadora», comenta Luengas. Entre los seis meses y los tres años aparece una mayor formación de la estructura de este vínculo, con una mejor regulación emocional; y es a partir de este punto, «cuando se percibe una mayor capacidad de regulación y control de los impulsos», añade. Si esta base ha sido segura, los pequeños de la casa tendrán una mayor capacidad de autonomía, independencia y afrontamiento en cuanto a intensidad emocional. 

El sistema de apego se desactiva o se activa en función de lo que el niño considere amenazante y «su función es la proporcionar seguridad», comenta la psicóloga. Según la experta, es en este tipo de situaciones, cuando el menor busca al adulto —«a través de una mirada, de un llanto, o de la protesta»—, y construye los distintos tipos de apego. 

¿Qué tipo de apegos existen?

Luengas los divide en apegos seguros e inseguros. El primero se finde como el vínculo que está basado en la confianza y en la incondicionalidad. «Es el que más nos beneficiaría porque está basado en la confianza, es el de ese niño que llora y es atendido, por una figura calmada, regular e incondicional», describe la experta. 

La clasificación totalmente opuesta es la del apego evitativo, que forma parte de los tipos de vínculos inseguros. «El sentimiento que se desarrolla está basado en el rechazo y en la escasa accesibilidad emocional», cuenta Luengas. Una conducta que, en el futuro, se manifiesta con un mayor distanciamiento emocional para no mostrar sentimientos de vulnerabilidad. 

El siguiente tipo es el apego ansioso, «basado en la inconsistencia de unas manos que a veces se muestran con mucha intensidad pero en otras ocasiones no aportan apenas seguridad». La persona que lo presenta tiene un profundo pánico de ser abandonado, «así que hace que siempre esté alerta», precisa. 

Y, por último, la autora apunta hacia el apego desorganizado, «una mezcla entre el ansioso y el evitativo», cuenta. Está basado en la contradicción y, además, se suele asociar con experiencias traumáticas o abusivas. 

Más allá de la teoría, y en la práctica real, Luengas explica que las personas que en su infancia tuvieron un apego evitativo, con carencia de cariño, darán más importancia a las cogniciones, «a la mente», mientras que aquellos que experimentaron un apego ansioso, «las que son incapaces de prever las acciones de los padres, desarrollarán un apego ansioso basado en esa incertidumbre», ejemplifica. De esta forma , priorizará las sensaciones corporales. 

Por el contrario, las personas que, durante su financia, encontraron un equilibrio por medio de un apego seguro lo reflejarán en su etapa adulta y tendrán una mejor capacidad de adaptación. «Esto quiere decir que aquellos que no pudieron encontrar un equilibrio sano en su infancia, tratarán de hallarlo mediante factores externos que no les hagan sentir las sensaciones de malestar, con la comida, o en factores internos, como las sensaciones», señala. Esto, eso sí, no puede decir que todo aquel criado en un núcleo familiar con carencias nunca se pueda desarrollar como humano, «pero sí que tendrá un trabajo extra», apunta. 

La razón no es otra que si el niño no encuentra a su figura de referencia en su cuidador, tendrá que ir a buscarla a otra parte. Cuando no las encuentre, preferirá otros mecanismos de regulación. «Una activación excesiva de los circuitos implicados en la alarma, como la ansiedad, la amenaza o el peligro, lo que incrementa las posibilidades de desarrollar trastornos emocionales graves en la adolescencia y en la edad adulta», precisa la psicóloga. 

Si los padres de un joven siempre han sido muy exigentes con su notas, «el adulto esperará que todo su entorno sea así con lo que hace, por lo que siempre tendrá la sensación de que nada de lo que logra es lo suficiente bueno», comenta la experta. 

La teoría del apego se fundamenta en la idea de que la necesidad de disfrutar de una relación íntima reside en los genes. «John Bowlby comprendió que la evolución nos ha programado para elegir a un individuo particular de nuestro entorno y convertirlo en alguien valioso para nosotros», comenta. Por ello, podría verse como una ventaja evolutiva, ya que, al ser animales de compañía, «la selección natural favorecía siempre a las personas que creaban vínculos con los demás», explica. 

De hecho, según la autora del libro, en el cerebro existe un mecanismo conocido o sistema de apego, que es un conjunto de emociones y conductas que aseguran protección al quedarse al lado de los seres queridos. Por todo esto, Luengas reconoce que la dependencia no siempre es mala. «Cuando nos vinculamos afectivamente con una persona, nos regulamos entre nosotros y dejamos de ser dos entidades separadas, por lo que la dependencia nos sostiene como relación adulta», explica la psicóloga. 

Lejos del individualismo presente en la sociedad, recuerda que las conexiones sociales forman parte de un correcto bienestar físico y mental. Para ella, el debate está en ser capaces de que esta dependencia sea sana tanto con uno mismo como con los demás.

El apego adulto en una relación de pareja

En un niño, este vínculo se establece con la persona de quien depende su seguridad, protección y, con ello, su vida. En cambio, en el adulto, este esquema puede alterarse. Por un lado, porque la persona ya es capaz de cuidarse a sí misma, y por otro, porque la figura de cuidado puede trasladarse, ahora, a su pareja. Una diferencia, según la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia (Sempyp), es que con más edad, la atención debe ser bidireccional entre los dos miembros de una relación y el apego, por regla general, suele ser más seguro. 

¿Cómo influye un tipo de apego en las relaciones de pareja? Según la entidad, las personas con un apego seguro definen sus vínculos amorosos como más felices, amistosos y de confianza, y sentían que el amor, aún con altibajos, se mantenía constante con relaciones a largo plazo. Además, este grupo de personas tienden a tener una mejor comunicación con el otro, dan un mayor apoyo y resuelven los conflictos de forma más constructiva. 

Por el contrario, los individuos que presentan un apego evitativo describían sus relaciones con altibajos emocionales y con temor a la cercanía. Algunos investigadores encontraron que estos sujetos nunca solían decir que se habían enamorado y eran más propensos a no comprometerse, a tener celos, obsesión o atracción sexual extrema. 

En lo que respecto a aquellos que manifiestan un apego ansioso, los estudios observaron que tendían a tener más celos y a una mayor dependencia emocional del otro. Y ya por último, las personas con apego desorganizado son las que presentan niveles más bajos de satisfacción. Según recoge el documento de la entidad, «negar las necesidades emocionales y la evitación de la intimidad generarán un terreno menos propicio para que sus relaciones sean gratificantes», señalan. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.