«Me gusta innovar, y el helado de orujo es lo último que he hecho»

VIGO

31 jul 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Carlo de Cesero lleva toda la vida entre helados. «En realidad, nací en la heladería», apostilla. Se refiere a la que montaron sus padres en la primavera de 1956 en la calle Carral, cinco meses antes de que él llegara al mundo. Aquel local, pequeño en metros cuadrados pero grande en profesionalidad, marcó un antes y un después en el consumo de helados artesanos en Vigo.

La familia llegaba desde desde Igne, una pequeña población situada en la falda de los Dolomitas, en la que el 80% de los vecinos se dedicaban a la industria heladera artesana. «En Italia les llamaban hijos del frío», dice. Con semejantes antecedentes es fácil entender por qué Capri sigue siendo el establecimiento de cabecera de la mayoría de los vigueses.

Fue en ese ambiente en el que Carlo se formó. «Con 12 ó 13 años ya ayudaba durante las vacaciones». Un poco más tarde su padre le transmitió el secreto de la receta, heredada de varias generaciones. «No se la contamos a nadie que no sea de la familia. Lo que sí puedo decir es que los ingredientes son leche, huevos y azúcar, además del producto que aporta el sabor y que siempre es natural». La mezcla es lo que marca la diferencia, amén de la frescura. «Hacemos cantidades muy pequeñas de cada sabor, apenas cuatro litros. Cuando se acaban hacemos más. De algunos sabores hasta cuatro veces al día», explica.

Chocolate, avellana, café y limón son los que más entusiasmo concitan de las 32 variedades que, como mínimo, hay en la carta. Fuera siempre hay otras tres o cuatro porque, según dice Carlo, lo que más le gusta es innovar. «Los últimos que he elaborado son los de aceto balsámico, amarena, orujo y tetilla con membrillo. Están muy buenos. A los clientes también les han gustado».