Conduce, lee sin gafas y come de todo: tiene 91 años

Rubén Ventureira

SANTIAGO

Olga tiene la energía del sol. Es de la estirpe de los superabuelos gallegos.

18 sep 2011 . Actualizado a las 14:50 h.

Pasar una jornada con María Olga Valladares Rey es como sumergirse en un capítulo de Las chicas de oro. Coqueta, simpática y arrolladora, esta mujer es un volcán en activo. A sus 91 años, pues nació en Vigo el 11 de mayo de 1920, es del club de los superabuelos gallegos, que comparte con otros fenómenos de la naturaleza como Francisco Lestegás, un centenario de una aldea de Foz que sale todos los días a vigilar sus ovejas; Viti Berzosa, un atleta que a sus 82 años completó el pasado domingo la Milla Urbana de O Barco y ya piensa en la siguiente edición; o el médico lucense Fernando Pardo, que todavía mantiene su consulta particular pese a que ya ha alcanzado los 88.

Volvamos a poner el foco en nuestra protagonista principal. Olga Valladares pasa el estío en Coroso (Ribeira), en una casa de verano situada a tiro de playa. Más que un jardín, goza de un bosque: pinos inmensos se distribuyen por la finca, de vegetación muy cuidada. De que todo esté bonito se encarga su incansable propietaria.

Tras la visita guiada, Olga toma el volante de su coche y tiramos para la playa de Coroso. En su Skoda blanco, nuestra superabuela ofrece una conducción prudente y segura. Esta semana ha trascendido que la Fiscalía de Ourense investiga posibles fraudes en los psicotécnicos a personas mayores. Con Olga no hay fraude ninguno: rápida de reflejos, no usa gafas ni para leer, aunque tiene unas a las que les da escaso uso. Informa de que en abril del próximo año tendrá que pasar el psicotécnico. Hace días, durante uno de sus paseos, se encontró con su futuro examinador por la calle. Y esto le dijo:

-Para el próximo año, se acabó. No creo que lo pase, ¿no?

-Si sigue usted así, seguro.

Prudente al volante

Olga tiene claro que cuando pierda facultades será la primera en dar un paso atrás. «Hombre, no voy a ir por ahí atropellando a peatones. Si no me veo, no me veo», aclara, aunque después añade que si le cortan en el psicotécnico quizá se compre «uno de esos coches que se pueden conducir sin carné».

Baja del Skoda y muestra el punto exacto de la playa de Coroso donde se sitúa. «Ahí, junto a la silla del socorrista, aprovechando su sombra. Me llevo mi pamela, mi móvil y la revista, y a espatarrarse al sol». No perdona el baño: quince minutos diarios. «Cuento las brazadas. Un mínimo de 100. A veces, una propina de 20. Y para acabar, hago bicicleta en el agua, porque es muy bueno para la circulación». Antaño le gustaba alejarse de la orilla, pero hoy día la prudencia le aconseja menos riesgo: «Antes me iba lejos, pero ahora tengo respeto a los calambres». Cuenta que hay años en los que estira el baño hasta octubre.

Estos días está catando también las aguas de Corrubedo, localidad ribeirense donde cuida a una amiga enferma que vive en las cercanías de la casa del reputado arquitecto David Chipperfield, «un hombre muy simpático», al que Olga, seguro, también ha conquistado con su jovialidad. El efecto reparador del mar es una de las claves de su estado de salud: «No recuerdo un catarro». No ha sido operada de nada y asegura que al médico va «lo justo». «Llego y me pregunta: "¿está usted bien?". Yo lo digo que sí, y hasta la próxima».

Bicicleta estática

En los meses en los que el sol se va, el ejercicio se traslada a su otra casa, en el centro de Ribeira. «Hago mucha bicicleta estática», apunta. Estática y Olga son términos antónimos. «Yo me agoto y ella sigue pedaleando», interviene su nieta, que también se llama Olga.

La actividad de Olga, la superabuela, empieza a las nueve de la mañana. «Me levanto todos los días temprano, algo que he hecho toda la vida».

Turno del desayuno: «Dos vasos de agua, pan tostado con aceite de oliva y una cucharada de miel, una pieza de fruta y un café con leche clarito clarito. Me lo llevo para la cama en una bandeja». Mientras, escucha la misa por la radio o por la tele (descubrimiento reciente). Tras el desayuno, hace la casa: «De eso me encargo yo casi siempre. Tengo una chica que viene cuatro horas un día a la semana». «Me arreglo bien, y salgo a la calle». Primera etapa concluida.

La segunda se inicia en las calles. «Voy a la iglesia a visitar a mi amigo [Jesucristo], y después al súper». Si se encuentra con una amiga, dan rienda suelta a la charla y al aperitivo, que a veces se prolonga hasta las tres de la tarde. Y llega la hora de comer: «Soy de muy buen diente. Como de todo, de pulpo a callos, pasando por el cocido, uno de mis favoritos». Además, y aunque no presume de ello, cocina bien. «Me gusta la comida muy bien presentada», aclara.

Después, sesión de tele. Está enganchada a la telenovela Amar en tiempos revueltos. Ahí, que no se la moleste. Por la tarde, se junta con sus amigas: hacen campeonatos de canasta. «A veces nos dan las diez de la noche. Somos unas ludópatas de miedo», ríe.

«Jugamos dinero, un euro. Metemos el dinero en un cerdito y cuando se llena nos vamos de viaje a Portugal».

Como durante el juego merienda «abundantemente», la cena es frugal: «Un plátano, otros días un bocadillo, otros una sopa de ajo con huevo escalfado». Viajar, y no solo gracias al cerdito, es otra de las actividades impepinables de Olga. Podría escribir un libro titulado Todo sobre los viajes del Inserso. Ha estado en decenas de ciudades de España y es una experta en balnearios gallegos (por cierto, recomienda el de Brión). «El Inserso me encanta. Yo no me junto con los viejos. Voy con una amiga de 74 años, y vamos por libre. ¿Ligues? Eso no me interesa», zanja. Planea un viaje por «la ruta de los conquistadores», en Extremadura. «Estoy leyendo un libro de Carlos V y me está motivando».

Tiene todo el tiempo del mundo desde que se jubiló. Olga, que pasó en Vigo la guerra, se casó en 1942 con Luis Santos, al que había conocido seis meses antes, y se trasladó a Ribeira, donde su marido regentaba un bazar. Cuando enviudó en 1980, tomó las riendas del negocio. «Era un bazar muy completo. Éramos distribuidores del gas de la Campsa. Fuimos de los primeros que vendimos Fagor. Antes de la jubilación lo traspasé, y para celebrarlo nos fuimos de vacaciones a la Costa del Sol». Celebración. Así se toma la vida, como una celebración, Olga. Quizá por ello ha llegado pletórica a los 91.