Hay vida tras las «Vacaciones en paz»

SOCIEDAD

¿Qué pasa con los niños saharauis tras un verano de ensueño en España? Una familia muy unida y un plan de estudios en el extranjero completan su adolescencia

10 ago 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

De los 7 a los 12 años miles de niños saharauis pasan el verano en España en las llamadas Vacaciones en paz. Cada año llegan unos 9.000 (800 en Galicia) para escapar de las temperaturas inhumanas del desierto (más de 50 grados), someterse a revisiones médicas completas y aprender otra cultura. Pero ¿qué ocurre cuando llega septiembre? ¿y cuándo cumplen 13 años?

Lo cierto es que los niños pasarán muy poco tiempo con su familia. Estas viven en algunos de los cuatro campamentos de refugiados de la Hamada de Tinduf, al suroeste de Argelia, en la parte más inhóspita del desierto de Sáhara. Son unas 200.000 personas en total y cada campamento tiene seis o siete pueblos con el nombre de las ciudades que dejaron atrás, hace ya 33 años, los refugiados. Aunque apenas tienen de nada, no faltan escuelas e incluso guarderías, cooperativas de trabajadores y pequeños centros de salud.

Los críos, a los 12 años, son trasladados a diferentes internados en Cuba, Argelia y Libia, donde completan su formación. Muchos tardan cinco años en regresar a casa, y otros más porque continúan en las universidades para formarse. En ese tiempo no pierden su vinculación familiar y haber pasado los veranos en España les ha enseñado a aceptar otras costumbres.

Prepararse para ser Estado

¿Y qué pasan cuando vuelven, si vuelven? Tomás Porto, coordinador para Ferrolterra de la oenegé que trae a los niños de vacaciones, explica que «regresan para desempeñar en los campamentos el trabajo para el que se han preparado».

Para entenderlo hay que aceptar cómo es la mentalidad de los saharauis. Maite, una vecina de Narón que lleva doce años participando en el programa de acogida de niños -tres han pasado por su casa-, explica qué ocurre en estas no-ciudades: «Los saharauis no quieren establecerse definitivamente en Argelia. Quieren regresar a su país, que está ocupado por Marruecos. Por eso, los jóvenes vuelven de estudiar fuera e intentan aplicar sus conocimientos en la mejora del campamento, pero sobre todo siguen preparándose para el día que regresen a sus casas verdaderas y puedan levantar un Estado».

Los hombres y mujeres apenas pueden trabajar en los campamentos porque no hay mucho que hacer: «El terreno es inhóspito, no crecen más que unas pocas zanahorias, algo de hierbabuena y poco más». Ellas, las chicas -que también estudian en el extranjero- organizan cooperativas de mujeres, pero apenas les dan dinero. ¿Les compensa vivir en esa penuria? La respuesta no se hace esperar: «Son una raza maravillosa -recalca Maite-, acostumbrada al desierto, a las penurias más increíbles» y sobre todo tienen una paciencia forjada durante generaciones. Pero es que además «ellos no quieren trabajar en Argelia o en España para mandar dinero. Eso les haría perder sus raíces, rebajaría la intensidad de su esfuerzo por volver a su tierra».

Por ese amor a la tierra, ese sentido de la colectividad, «los niños pasan dos meses en España, que es un paraíso, con sus comodidades y sus objetos, pero se vuelven encantados a su casa. Quieren estar allí», apunta Tomás Porto. Solo un amor familiar (de la familia extensa, no solo la inmediata) muy intenso puede explicar esa fortaleza: «No nos envidian y nunca lo harán».