El dios de la lluvia atiende las plegarias de los devotos

PONTEVEDRA CIUDAD

Cuando los aficionados empezaban a dar por perdida la temporada, el cambio meteorológico ha descargado una lluvia de especies en montes y prados gallegos.

27 nov 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Ahora que las precipitaciones han sembrado de setas Galicia y han aplacado la ira de los micólogos, por fin se puede hablar con alivio de los tesoros que se esconden a la sombra de bosques y praderíos. Se cuentan por decenas.

Sabiendo buscar, en cualquier municipio gallego pueden encontrarse en un otoño normal un centenar de especies distintas. Las más famosas tienen nombre propio en cada comarca. Como la zarrota, choupín o patamel, conocida con el nombre científico de Macrolepiota procera, que este otoño crece a patadas exhibiendo sombreros descomunales. O los boletus, que a fuerza de hacerse hueco en las cartas de los restaurantes empiezan a sonarles a los profanos casi tanto como los champiñones de siempre. Los boletus son setas carnosas. Con dos o tres ya se puede poner la mesa. Eso y su agradecido sabor las convierten en una de las especies más buscadas y en la de mayor capacidad de convocatoria en los ciclos de micología. «Haces una charla sobre otra cosa e igual tienes media docena de personas, pero como sea de boletus aparecen treinta o cuarenta», explica la micóloga Mercedes Nodar, de la asociación Estrada Micolóxica.

Sin embargo, salvo una docena de excepciones honrosas, el resto del botín de los bosques gallegos continúa siendo un misterio para muchos vecinos que se dan de bruces con él diariamente. Una de las grandes desconocidas es la Tricholoma colossus. Está incluida en la lista roja hispano-lusa de especies fúngicas amenazadas y, aunque es comestible, la dureza de su carne la hace poco recomendable como manjar. Los expertos ruegan a quienes crean haberla visto que la disfruten solo con la vista y la dejen estar en su hábitat natural.

La que no se salvará nunca de acabar en la cesta es la Ganoderma lucidum, más conocida como reishi. En Oriente la descubrieron hace siglos y la bautizaron como la seta de la vida eterna. En Occidente se la considera ahora panacea universal. No es cierto que cure todos los males, pero ha evidenciado un notable efecto antitumoral en los cánceres de mama, pulmón, próstata, colon o en la leucemia. También posee poder analgésico y antiinflamatorio en la artritis reumatoide. Con este prospecto, la seta de ha convertido en un mito, aunque el estudio científico de sus propiedades continúe en efervescencia. No es muy abundante en Galicia. El micólogo Fernando de la Peña recomienda a quien tenga la suerte de encontrarla dejarla secar, pasarla por un molinillo y espolvorearla en el café. Le da un toque especial a la par que saludable. El resto de los mortales pueden comprarla en frasco, pero no es barata. Un bote de 60 cápsulas ronda los 50 euros y es preciso tomar una o dos al día durante meses para que tenga algún efecto.

Las aplicaciones terapéuticas de los hongos olvidadas por la medicina tradicional europea empiezan a despuntar ahora amparadas por investigaciones científicas contrastadas. La empresa gallega Hifas da Terra acaba de abrir en Pontevedra la primera consulta de micoterapia, que propone mejorar la salud a golpe de setas.

Sin embargo, no todo el monte es orégano. A veces distinguir bien un hongo es cuestión de vida o muerte. La Amanita phalloides es una especie abundante y un solo ejemplar basta para morir. Sin ir tan lejos, también hay lepiotas peligrosas. «La gente se confía mucho con las lepiotas, pero hay que tener cuidado con las de menos de siete centímetros de diámetro. La brunneoincarnata es venenosa y mortal», indica Nodar.

La Amanita muscaria es otra de las traicioneras. Se la conoce como matamoscas. Dice la mitología popular que su color rojo atrae a las moscas y las mata. Los expertos lo niegan, pero sí advierten que provoca alucinaciones. Según José M. Costa, los enanitos de los cuentos tienen mucho que ver con su consumo. A veces son usadas a propósito como droga natural. No es recomendable. Y menos las que crecen bajo los robles. «Las que se dan bajo los abedules son más suaves», informa Mercedes Nodar.