Gales «vende» un sendero de 300 km pegado al mar

CRISTÓBAL RAMÍREZ

LUGO CIUDAD

El Pembrokeshire Path recorre un parque nacional cruzando playas vírgenes a las que solo se accede andando

29 jul 2011 . Actualizado a las 12:08 h.

| Sur de Gales. Una costa muy parecida a la gallega, pero sin ninguna de esas construcciones que forman parte del catálogo del feísmo. Dos refinerías perfectamente aisladas y rodeadas de verde ponen la única nota discordante. Este es el que presume de ser el único parque nacional británico costero, con comienzo en una pequeña localidad veraniega cuyo nombre inmortalizó J.?R.?R. Tolkien en El señor de los anillos.

Y de ahí parte un sendero, que va pegado a los acantilados, de casi 300 kilómetros. Se ha convertido en un polo de atracción de un turismo muy selecto: todo amante de lo auténtico, de la naturaleza pura y dura, o de ambas cosas a la vez. Y con la cartera bien llena, porque la palabra barato no la conocen ahí.

Tenby, la referencia

La principal ciudad sureña es Tenby, que vive por y para los veraneantes. Las murallas no son las de Lugo, pero encierran mucha vida y permanecen como vigilantes de dos playas que resisten cualquier comparación con las gallegas.

Dejando atrás Tenby por el path, llega un momento en que se gira una punta y aparece un lugar muy parecido a Chanteiro, en el municipio coruñés de Ares, pero con uno de los enormes castillos que pueblan todo Gales. Esto es Manorbier, donde los coches aparcan en un amplio espacio entre fortaleza y playa. Una máquina invita a pagar, algo que todo el mundo hace religiosamente, porque en Gales nada resulta gratis y en algunos lugares, como en el aparcamiento del excelente tea room de Stackpole Bay, dejar el coche diez minutos o el día entero cuesta siete euros y medio. Eso sí, el dinero va a parar a la caja del National Trust, una entidad estatal que gestiona lo más destacable del patrimonio natural y artístico de Gran Bretaña.

Un pub del siglo XV

El path recorre lugares muy variados. Por ejemplo, una de las mejores playas de Europa, impoluta y con poquísima gente, Freshwater West, enorme y visitada, sobre todo, por surfistas. Un poco más allá está Angle, una aldea que no tendría nada de particular si no fuese porque en sus aledaños está un pub que lleva funcionando ininterrumpidamente desde el siglo XV: The Old Point House.

El pub mira a una gran bahía donde se preparó la invasión de Normandía en la Segunda Guerra Mundial. Entre las numerosas fortalezas, la de Hubberston ha levantado un clamor popular para reclamar su rehabilitación.

Más al norte, a las islas Skommer accede solo un muy pequeño número de personas cada día, de manera que hay que estar muy temprano en el puerto de embarque para tener sitio. Y la demanda es grande, porque en ellas se encuentran grandes colonias de los vistosos frailecillos. Mientras se salva el estrecho, las miradas se dirigen hacia la punta, una fortaleza enorme de la Edad de Hierro llamada, desde el siglo XIX, el Parque de los Ciervos, porque se iban a soltar en él cientos de ellos, aunque al final ninguno llegó a poner allí sus pezuñas.

Por supuesto, en medio de esa nada maravillosa abre sus puertas una pequeña tienda con objetos de recuerdo, todos ellos elegantes y, por supuesto, caros: los visitantes de Skommer se los rifan cuando desembarcan de vuelta

Little Haven, con sus dos pubs, es otro enclave turístico de la zona, con su playa unida con la mucho más larga de Broad Haven. Y todo ello como antesala de St. David, una localidad que ofrece al visitante los restos impresionantes de un palacio arzobispal que, quizás, sea el más ampuloso, elegante y bonito del mundo.

Lo dicho: un sendero de 300 kilómetros que es una mina de oro turística.