Imprimiendo el paso del tiempo

María Cobas Vázquez
María Cobas O BARCO/LA VOZ.

O BARCO DE VALDEORRAS

Moncho padre creó la imprenta Ragar de A Rúa de Valdeorras hace varias décadas, y desde el 2000 es Moncho hijo el que está al frente del negocio

26 sep 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

La vida profesional de Ramón García, Moncho Ragar como se le conoce en A Rúa, comenzó en la fotografía, a la que llegó como afición de la mano de su padre. «Se había traído de América uno de los primeros modelos de Kodak para carrete, y él mismo revelaba». Y así aprendió Moncho hasta que a los 14 le compraron su primera cámara, «y empecé a hacer mis pinitos». Ya a los 19, y tras hacer dos cursos, «monté mi primer laboratorio»; y hace 56 años hizo su primera boda. «Fue en O Barco, en Alixo», recuerda. Después se casó y se fue para El Bierzo, pero la tierra llama y en 1658 regresó a A Rúa para montar su propio estudio.

Las cosas no iban del todo bien, «porque en aquel entonces había muy poca afición, solo tenía cámara uno de los jefes de Saltos del Sil, así que no había trabajo; por lo que decidí poner una librería, para ir salvando el invierno». En esas estaba cuando un día un cliente le pidió que le hiciera unas tarjetas. Moncho no disponía de ninguna máquina de imprenta, pero se ofreció a trasladar el encargo a Ponferrada. «Y cada vez iba teniendo más clientes, así que eché cuentas y vi que podía hacerlo yo mismo y así ganar un poco más», dice cuando relata cómo nació Imprenta Ragar.

Empezó poco a poco, primero con una maquinita de mano (la que se puede ver en la imagen) que le fue siendo útil hasta que tuvo un encargo de 10.000 tarjetas. «Me llevó días, yo creo que hasta semanas», recuerda ahora entre risas. Fue entonces cuando vio necesario dar el salto a una máquina eléctrica, y ya, finalmente, el paso al mundo digital, «en lo que sigue mi hijo». Eso sí, para ciertos trabajos (y por la parte nostálgica) todavía pueden echar mano de la «tipografía, porque conservamos todos los tipos y las máquinas».

De lo que no queda ni rastro es de la fotografía, desde hace años ya. «Casi todo el mundo tiene una cámara digital, las fotos se las hacen ellos mismos; y ya no se revela ni se compran carretes, que era donde ganabas algo... El negocio fue decayendo bastante», reconoce. No es así con la imprenta, donde lo que ha habido es una reconversión.

De eso sabe mucho Moncho hijo, que se unió al negocio «con 16 o 17 años, que vino conmigo a hacer los primeros reportajes de bodas, porque había días en los que teníamos hasta cinco bodas; y después se pasó a la imprenta». Tras unos años en otra firma del sector, hace una década regresó para hacerse cargo del negocio familiar, en el que sigue. Eso sí, ahora trabaja fundamentalmente en digital. «El salto a este formato se hizo necesario para poder ofrecer color», cuenta el discípulo, que no tuvo que formarse en ningún sitio, «porque nací aprendido, me crié entre las máquinas», cuenta.

El principal volumen de trabajo hoy son «los temas de empresa: talonarios, sobres, tarjetas... Todo lo que no pueden imprimir ellos en el ordenador», resume; y en verano «la cartelería y los programas de fiestas». Lo que ha bajado «y mucho -dice-, son los regalos de publicidad, como calendarios de Navidad».