Una Semana Santa de ritos y tradiciones centenarias

J. M. ORRIOLS

CULTURA

Galicia se prepara para venerar a sus santos, como el Cristo de Meis, donde la tradición se transmite desde hace 200 años, o la procesión de los caracoles en O Barco de Valdeorras

15 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Además de las celebraciones en las grandes ciudades, con procesiones multitudinarias, cofradías con cientos de cofrades y presupuestos elevados, en Galicia existe otra Semana Santa, más modesta, menos conocida, sin grandes pretensiones y en la que la tradición y las creencias religiosas son capaces de mover a parroquias enteras para vivir la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Este es el caso de Paradela, en el municipio pontevedrés de Meis. Tiene alrededor de mil habitantes y doscientos participan en los diversos autos sacramentales que se celebran entre el Domingo de Ramos y el de Resurrección, para así mantener viva una tradición que se transmite de padres a hijos desde hace más de 200 años.

El Domingo de Ramos es cuando Jesús (encarnado desde hace once años por Enrique Barros), montado en un borrico y acompañado de sus apóstoles, entra en el pueblo y los vecinos lo reciben con ramos y palmas que luego se bendicen en el campo de Outeiro. El jueves a medianoche, y después de los actos religiosos, en el atrio de la iglesia se representa La última cena, el lavatorio de pies, la bendición del pan y el vino y la traición de Judas Iscariote. Posteriormente, se van al monte de los Olivos, donde Jesús será prendido por los malhechores y traicionado por Judas. Termina con el primer juicio ante Caifás.

El viernes es el día grande. Comienza a mediodía con el juicio ante Pilatos y Herodes, así como los desprecios y latigazos reales con que es castigado Jesús, y continúa con la subida al monte de A Croa, recorrido en el que, tanto Cristo como los dos ladrones, llevan a cuestas las cruces de madera hasta la crucifixión. Con el desenclavo y el Santo Entierro, en una procesión para la que se reparten velas entre los asistentes, como única luz en esa noche triste del Salnés, concluyen los actos hasta el Domingo de Resurrección, con los niños de la parroquia como protagonistas.

Dura penitencia

Una de las celebraciones que congrega a mayor número de devotos en la Galicia interior es el viacrucis que el Viernes Santo se celebra en el santuario de As Ermidas, en el municipio ourensano de O Bolo. Un kilómetro tienen que recorrer los fieles subiendo desde el monasterio hasta el monte de O Cruceiro, llevando a hombros las imágenes del templo y parando en cada una de las 14 capillas construidas en 1730, en las que hay esculturas que reproducen la Pasión de Jesús. El Domingo de Resurrección se realiza un emotivo acto en el atrio del monasterio, que escenifica el encuentro de la Virgen y el resucitado, que finaliza con una fiesta en la que el protagonismo lo lleva el pulpo preparado por los pulpeiros de O Bolo.

Este monasterio, situado en un lugar privilegiado entre los municipios de Viana do Bolo y A Rúa y en lo alto del curso del río Bibei, está repleto de leyendas sobre su origen, aunque un manuscrito existente en el archivo del templo narra la aparición de la imagen, alrededor del siglo Vll, haciendo referencia al inicio de la vida religiosa en la zona. La invasión musulmana también afectó al santuario y la virgen desapareció hasta que, ya en el siglo XVII, unos pastores, alertados por su ganado, encontraron en una cueva la imagen de María con el Niño en brazos. En el lugar se construyó una capilla que se derrumbó porque los devotos se iban llevando como reliquia pequeñas piedras.

El santuario, de estilo barroco, se acabó de construir en 1826. En 1909, y después de intensas lluvias que duraron 40 días, la montaña se desplomó, y se llevó una gran parte de las casas, pero el alud de tierra y piedras no afectó al monasterio, lo que evitó la muerte de los vecinos que estaban rezando en la iglesia. De ahí su fama como lugar milagroso.

La procesión de los caracoles

Curiosa y única en Galicia es la procesión del Viernes Santo en el lugar de O Castro, en O Barco. Cuando llega la noche comienza la procesión de la Dolorosa por un recorrido que solo está alumbrado por la luz que desprenden miles de caparazones de caracol, que tienen en su interior una estopa con gasolina y aceite, incluyéndose también, desde hace algunos años, piñas encendidas. El origen de esta tradición se desconoce, aunque se sabe que se celebra ininterrumpidamente desde hace más de un siglo. Hay versiones para todos los gustos, aunque una de las más extendidas es la que habla de que en estas tierras, a finales del siglo XIX, en tiempos de escasez, se comían muchos caracoles y que alguien pensó que las conchas, con un trapo empapado en aceite, podían ser una solución para iluminar el recorrido de esta procesión que, hasta bien entrado el siglo XX, se detenía en el pazo de los Flórez, donde los marqueses de Esteva de las Delicias, esperaban a la Virgen con velas. La comitiva se detenía delante del pazo y se hacía una reverencia a otra imagen que se guarda en la capilla del siglo XVII, convertida hoy en el hotel rural Pazo do Castro.

Tras vaciar durante días los caracoles, la tarde del Viernes Santo se dedica a pegarlos con una masa de harina en los muros de las casas, las ventanas, los balcones y los cruces de los caminos. Cuando oscurece, son los hombres los encargados de encenderlos y mantenerlos para guiar el paso de la imagen de la Virgen que es portada por mujeres jóvenes. Los acompañantes entonan mientras cánticos y rezos.

Resurrección en Fisterra

Y después de una semana de aflicción, llega el júbilo por la Resurrección. Para ello, nada mejor que acercarse a Fisterra y participar en la fiesta del Santo Cristo, declarada de interés turístico nacional y en la que los vecinos, en su mayoría gente joven, hacen una representación del pasaje bíblico, siguiendo textos de origen desconocido, aunque se sabe que algunos fueron escritos en el siglo XV. Toda la Semana Santa de Fisterra gira alrededor de la iglesia de Nosa Señora das Areas, del siglo XII, en cuyo interior está el Santo Cristo da Barba Dourada, talla gótica del siglo XIV.

A mediodía del domingo todo está preparado para la Resurrección. Tras escuchar un estruendo, los soldados que hacen guardia en el sepulcro huyen asustados y de la cueva sale un ángel que, ante un grupo de mujeres que llevan flores a la tumba, anuncia que Jesús ha resucitado. Después, el apóstol Pedro es el que da la noticia al pueblo y el acto finaliza con el canto del Aleluya por los miles de fieles que cada año se dan cita en Fisterra. Se izan las banderas, se sueltan palomas, se dispara una traca de bombas de palenque y se baila la Danza Dos Paos, que tiene su origen en el siglo XVII y que nació como homenaje a Nosa Señora das Areas.

La imagen está rodeada de leyenda. La tradición cuenta que fue arrojada al mar por un buque inglés para aligerar carga durante una tormenta y recogida después por un pesquero de Fisterra, lo que se interpretó como que se quería quedar en aquella tierra. Mide más de dos metros y está enclavada en un madero con gajos pintado de verde. Su parte interna es de madera, conformando una estructura ósea recubierta por lino y otros tejidos, cubiertos a su vez de piel de camello. El pelo, las uñas y las pestañas son humanas. No se conoce el escultor, pero llama la atención el conocimiento que tenía del comportamiento de la sangre sobre el cuerpo humano.

La leyenda dice que le crece el pelo y la barba, de ahí su nombre, el Santo da Barba Dourada. A esta imagen se le atribuyen poderes milagrosos, que cura a enfermos y protege al pueblo de desgracias. Tal es así que las flores de la representación de la Resurrección, se llevan a los hospitales para ayudar a enfermos. Sea como sea, el hecho es que desde hace siglos es reverenciada por miles de peregrinos que llegan a la villa para finalizar el Camino, después de haber visitado la tumba del Apóstol, cumpliendo el rito de quemar sus ropas, bañarse en el mar y coger una concha de vieira.

«TE METES EN EL PERSONAJE Y EL DOLOR NO EXISTE»