Los mil perdones de Manolo Tena

Juan Ventura Lado Alvela
Juan Ventura Lado CARBALLO/LA VOZ.

CARBALLO

El público de Cee no comulga con los vendedores de motos estropeadas que utilizan una parte de la historia de la música española para exhibirla como esperpento

15 ago 2010 . Actualizado a las 18:38 h.

Deben pedir perdón los que se jugaron el viernes de la Xunqueira a una carta marcada con el signo de la derrota. Los que se olvidan de cualquier pasión gitana y no dudan en derramar hasta la última gota de la sangre más española. Aquellos incapaces de ver que por encima del rédito momentáneo está la memoria de una pieza importante en el puzle musical de este país. Quienes prefieren regodearse en la decadencia ajena que confesar los pecados propios. Los que se niegan a compadecerse solo por el gusto de sentir lástima. Y quienes dejaron morir al artista sin preocuparse siquiera por salvar a la persona.

Tienen que disculparse ante los padres y las madres de familia que aspiraban a sentir el frío y el fuego en la piel de la movida ochentera. Frente a los treintañeros que tocaban madera para que no se cumpliesen sus peores expectativas. Y delante del reducido grupo de jóvenes que se acercaron a la plaza del Concello de Cee para tratar de descubrir a un artista que les sonaba de refilón y no sabían muy bien cómo clasificar.

Todos ellos, una minoría, frente a los que tomaron el camino de los bares, la discoteca o el botellón sin pasar siquiera por delante del palco, asistieron a una innecesaria escenificación de la decadencia de un músico que ha escrito páginas importantes de la historia del pop-rock de este país.

El de la madrugada de ayer fue un concierto, por llamarlo de alguna manera, que nunca debió celebrarse. Los espectadores podrían haberse ahorrado la imagen de un hombre de 50 años subiendo y bajando del escenario agarrado del brazo de un colaborador. No necesitaban ver al autor de algunos de los éxitos de Luz Casal, Miguel Ríos, Ana Belén o Rosario deambulando encima de un palco desangelado. Tampoco tenían que asistir al triste espectáculo de unos músicos que trataban de que sus notas formaran algo parecido a un ritmo.

Los tres cuartos de hora de agonía, en los que la plaza no hizo más que vaciarse y en el que las canciones perdían la letra y los acordes el rumbo, se libraron de acabar convertidos en una profusión de silbidos gracias a la inmensa paciencia del público, que supo anteponer el respeto por lo que un día fue la figura de Manolo Tena al sentimiento de estafa de la triste realidad.

Ni siquiera los más incondicionales eran capaces de soportar el bochorno que les producía una de las situaciones más esperpénticas que se han vivido nunca en las fiestas de la Virxe da Xunqueira.

Entre tanto, el que en su día descubrió el alma hiphopera de Federico García Lorca, aprovechaba su último hilo de voz para subirse al carro de los Antonio Vega, Enrique Urquijo, Antonio Flores y compañía, en una especie de alegato a aquellos que escogieron el camino del desprecio por todo, incluido por ellos mismos.