María José Campos, madre de Sonia Cano, víctima del 11M: «Mi marido no pudo reconocer a mi hija. Al ver su cuerpo, dijo que no era ella»

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Su hija perdió la vida en el peor atentado de nuestra historia. Cuando se cumplen dos décadas, aún la sigue llorando: «He podido vivir estos años pensando que estaba en el extranjero»

09 mar 2024 . Actualizado a las 18:25 h.

Sonia tendría ahora 45 años. Pero no pudo cumplirlos. Hace 20 que el peor atentado de nuestra historia se llevó su vida por delante. La de esta joven de 25 años y la de 192 personas más. A su madre, María José Campos, se le quiebra la voz al describirla. «Era la alegría de la huerta. Así la llamaban sus amigas. Y es lo que ellas le han puesto en el cementerio: ‘La alegría de la huerta'. Era dicharachera, bailonga... Siempre decían: ‘Allá donde llegaba, entraba Sonia'. No la olvidaron jamás. Su padre la llamaba la chochona. Daba clases de sevillanas a niñas pequeñas, estaba en un grupo de baile... Me acompañaba a todos los lados, dejaba de ir con las amigas por venir conmigo o iba a comprarse ropa y la que iba con ella era yo. El primer sueldo que ganó fue para arreglar la cocina», confiesa con la voz quebrada y dolor en el alma. Sonia Cano era una buena hija, una buena hermana y una buena amiga. También era una chica muy responsable. Ese terrible día, la mañana del 11 de marzo del 2004, iba a trabajar. Y el horror se la llevó por delante.

«Trabajaba en una residencia de ancianos. No le tocaba ese día, pero se lo había cambiado a una compañera para irse el fin de semana a Toledo con sus amigas», se lamenta María José, que recuerda esa jornada con terror. Fue el peor día de su vida: «Yo era la vicepresidenta de una asociación de mujeres y como acababa de ser el 8 de marzo, íbamos a la radio ese día por la mañana. Aún estaba en casa y me escribió una de las compañeras para preguntarme si me había enterado de lo que había pasado. Me dijo que había habido un atentado. Al decirme la hora a la que había sido, ya pensé en Sonia. Pegué un brinco y di un grito en la cama. Empecé a decir: ‘¡Han matado a Sonia, han matado a Sonia!'. Fue lo que me vino a la cabeza». No estaba equivocada, pero su otro hijo la intentaba tranquilizar diciéndole que su hermana estaba llamando y que se le había cortado la llamada porque debía de estar en algún sitio donde no se oía: «Pero nunca me daba el teléfono. Yo estaba en camisón y le pedí que me llevase a Atocha. A las 9.30 llegamos a la estación. No nos dejaron entrar y nos dijeron que estaban llevando a los heridos a distintos hospitales. Me llevó mi hijo al Gregorio Marañón, que así se llamaba entonces. Cada vez que entraba un herido yo le preguntaba a los médicos a ver si era ella. Mi hijo se fue a buscar a su hermana por todas partes con sus amigos y mi marido estaba en el ministerio, a ver qué podía saber. Estuve en el hospital hasta las nueve de la noche», cuenta entre lágrimas.

Del hospital a Ifema

Entonces, le informaron que había un autobús para ir a Ifema: «Allí me encontré con mi marido y con mi hijo. No los había visto en todo el día. Yo ya sabía que mi hija no iba a aparecer. Tenía una agenda de papel y se la di a una de mis amigas. Le dije que fuera llamando a mi familia. Mi hermana estaba en Barcelona y mi hermano, en Badajoz. Empezaron a llegar a partir de las tres de la mañana. Y yo me desmayaba una y otra vez», recuerda.

«Esa misma noche avisaron a mi marido porque creían que había una chica que podía ser nuestra hija», dice con un hilo de voz. «Bajó con un cuñado, pero dijo que no era. No la pudo reconocer. Al ver su cuerpo, dijo que no era ella. Fue un error. Yo creo que no quería aceptar que era ella. Por eso tardamos tanto en encontrarla». Tres días estuvieron sin saber dónde estaba Sonia: «Hasta que le hicieron la prueba de ADN y era la misma persona que mi marido no reconoció ese día. No pudo».

«¿Que cómo se vive?, ¿tú tienes hijos? No se lo deseo a nadie. ¿Sabes cómo he podido vivir todos estos años? Pensando que mi hija estaba en el extranjero. Un día tras otro. Y cuando llegaban las Navidades, esa canción de Vuelve... se me encogía el corazón. Un año tras otro. Y son 20 años». Esas fechas tan señaladas, ya nunca fueron igual: «Ese año me dijo mi hijo si quería que nos fuéramos a algún sitio donde no sintiéramos que era Navidad. Le dije que sí y nos fuimos a Tenerife los tres. Estuvimos hasta después de Fin de Año para no enterarnos de nada». Reconoce que sus nietos fueron los únicos que le devolvieron un poco la alegría: «Hasta que no tuvimos el primer nieto, que tiene ahora 11 años, no pudimos levantar, un poco, la cabeza. Mi Juan Manuel... Y luego, cuatro años después, nació su hermana Sonia. Mi hijo le quiso poner el mismo nombre que su hermana. Yo tardé casi un año en poder nombrarla, porque además es idéntica a su tía», explica esta mujer que se desvive por atenderlos. Ellos se han convertido en su motor, la razón por la que sonreír. «Cuando salimos del hospital con mi primer nieto, íbamos en el coche y yo le pregunté a mi hijo que a dónde nos llevaba. Me dijo que a la primera visita que tenía que hacer con su hijo. Se lo presentó a su hermana en el cementerio», comenta conmovida.

Aprender a vivir de nuevo

«Hemos tenido que aprender a vivir de nuevo. Estuve mucho tiempo con psicólogos. Y tanto mi marido como mi hijo nunca me han dejado. Ese día no solo le arrebataron la vida a mi hija, también nos la arrebataron a nosotros. Pero un día me di cuenta de que tenía que reaccionar por mi hijo. Él también tenía que vivir. Ha sido muy difícil intentar seguir adelante».

María José y su familia estuvieron en el juicio de los atentados. Pudieron ver a los asesinos de su hija a la cara: «Los veíamos a través de una mampara y nosotros enfrente, viéndoles la cara». Y cuenta lo que le pasó al poco del atentado: «A los dos o tres meses empezamos a arreglar los papeles. Fuimos al ministerio y cuando pasé por el detector de metales, me miró el policía y me dijo: ‘Señora, ¿qué lleva usted ahí?' Le dije que era un cuchillo. Y entonces me preguntó que para qué lo llevaba. Le contesté que era por si me encontraba a los que habían matado a mi hija. ‘Usted sabe que eso no lo puede hacer', me respondió. ‘Ya lo sé. Tampoco podían ellos matar a mi hija', le dije».

Con la llegada del 11 de marzo, los días se vuelven más difíciles para María José. Los recuerdos de esa terrible fecha regresan con más fuerza. «Antes iba de un acto a otro, pero luego dejé de hacerlo, porque era un círculo vicioso. Siempre estás con lo mismo y lo revives una y otra vez. Te encontrabas con otra madre o con un familiar... y todos tenemos la misma pena. Si quieres salir adelante, tienes que cambiar eso», explica. Por eso ahora, cada 11M, solo va al acto floral de Coslada. «Mientras eran pequeños mis nietos, siempre nos han acompañado, pero ahora que ya tienen colegio, no quiero que lo pierdan. Entonces, vamos nosotros al acto floral y luego comemos juntos». Esa es su manera de rendirle homenaje a Sonia y a las casi doscientas personas que perdieron la vida ese día. «Sonia seguirá siempre presente para nosotros, pero esto no se puede olvidar. No quiero que vuelve a pasarle a nadie lo que a mí me ha pasado. A mí, y a otros padres, a otros hermanos... Porque una cosa es contarlo y otra es vivirlo. No se lo deseo a nadie», dice.