Terapia infantil para el alzhéimer

maría cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

MARCOS MÍGUEZ

Mayores con esta enfermedad interactúan con niños de la guardería coruñesa Los Rosales dentro del programa «Tengo algo que contarte...»

01 mar 2014 . Actualizado a las 14:08 h.

El mar ruge a babor con la torre de Hércules al fondo. La pandilla pirata -un grupo de trece niños de entre uno y dos años de la Escuela Municipal Infantil de Los Rosales, en A Coruña- aguarda a que vengan a su encuentro sus abuelos corsarios. Son dieciocho mayores con alzhéimer usuarios del programa piloto intergeneracional Tengo algo que contarte..., promovido por la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzhéimer y otras demencias de A Coruña (Afaco) y esa escuela. Dos buques de cartón aguardan a que lleguen los bucaneros para enrolarse en un capítulo más de una aventura que comenzaron en septiembre. El programa pretende fomentar la interrelación entre niños y mayores con esa enfermedad, además de estimular las capacidades cognitivas de estos últimos.

«Cada niño tiene un abuelo corsario -el nombre que utilizan los pequeños para diferenciarlos de sus verdaderos abuelos-. Hablan con él cada quince días por Skype e intercambian cartas, dibujos... La mayor parte de las cosas que hacen giran en torno a la temática de los piratas. En Navidades se encontraron en el centro de Afaco y ahora los abuelos van a venir hasta aquí», explica Mónica Pulleiro, la profesora de los pequeños.

El programa deja huella en todos los que participan. «Es emocionante porque ves cómo los mayores hacen el esfuerzo de escribir cartas a los pequeños. Cuando lees lo que ponen ves que les cuesta, pero alguno ya prácticamente había olvidado cómo se escribían cartas», comenta el padre de uno de los pequeños.

El grupo de corsarios llegaron ayer puntuales al encuentro en la escuela. Allí se enfundaron sus ropas de bucanero antes de encontrarse, en vivo y en directo, con los pequeños aprendices de pirata. Todos sabían que sus abuelos corsarios estaban a punto de llegar. «Tengo una que se llama Ana», dice Teo.

Y por fin llega el momento del encuentro. Esta vez no los separa una pantalla. Pueden tocarse, ayudarse a colocar un parche en el ojo, buscar juntos el tesoro pirata -unos pequeños sacos llenos de monedas de oro de chocolate-, revolver en cada rincón hasta encontrar unas botellas de ron llenas de refresco y colocar en los barcos de cartón sus fotografías. Todo antes de subirse a esos buques para continuar la aventura.