¿Somos los mejores?

José M. Suárez OPINIÓN

FIRMAS

27 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Decidir la educación de los hijos es una de las prioridades de todos los padres. Todos sabemos que el futuro de nuestros hijos ha de venir de combinar los mejores elementos a nuestro alcance para que ellos puedan conseguir su pleno desarrollo.

Pero esto no es siempre fácil, pues los resultados de la educación de una persona solo se ven cuando esta ha dejado de ser un sujeto en formación para pasar a integrarse en la sociedad en la que le tocará vivir, y ahí los elementos y las circunstancias son mucho más plurales que los que le pueda ofrecer su escolarización o su familia, y en los que su personalidad tiene un papel trascendental.

Durante nuestra etapa democrática, la escolarización no ha conseguido la estabilidad necesaria para definir sus directrices básicas a largo plazo.

Algunos debates deberían estar totalmente cerrados como lo están en otros países desde hace muchas décadas, como es el caso de la priorización de la enseñanza pública sobre la privada, pero también los de la educación laica, por nuestro imperativo constitucional, e incluso los desajustes metodológicos que llevan a que en ocasiones se den esperpentos educativos como querer que los alumnos aprendan matemáticas o historia en inglés, en lugar de aprender el inglés a través de procesos de audiovisuales, que sería lo más procedente.

Con todos estos y otros importantes desajustes, no resulta paradójico que nos llame la atención que nuestros alumnos sean los mejores y ganen premios, no solo compitiendo con los de su entorno sino con extranjeros o que empresas internacionales vengan a España a buscar a sus futuros trabajadores o que nuestros jóvenes consigan insertarse con facilidad en otros mercados laborales.

¿Se imaginan lo que ocurriría si los procesos educativos estuviesen normalizados y cada vez que se le introdujera un elemento nuevo fuese para mejorarlo o implementarlo? Pues eso, que el sistema estaría mejor adaptado a la realidad social y no tendríamos tanto paro juvenil ni tanta fuga de cerebros.