Por qué Pedro Sánchez pierde una oportunidad de oro

M.ª Carmen González Castro
M.ª Carmen González VUELTA Y VUELTA

OPINIÓN

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este lunes en su comparecencia en la Moncloa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este lunes en su comparecencia en la Moncloa. Borja Puig de la Bellacasa | REUTERS

30 abr 2024 . Actualizado a las 09:58 h.

¿Pedro Sánchez tocó fondo el miércoles o todo obedece de nuevo a pura estrategia política? Nunca sabremos la verdad, pero al presidente lo acompaña un currículo de diez años en los que se ha mostrado como un maestro del giro de guion, de medidas inesperadas, siempre con un único objetivo: ganar y seguir en el poder.

Y lo ha vuelto a hacer, con dos hitos en menos de cinco días. Primero, con el inédito anuncio de que se retiraba a reflexionar sobre una decisión que aparentemente debía conducir a su dimisión, y después cuando, tras una puesta en escena que incluyó una visita al rey en Zarzuela, comparece para decir que se queda. Aunque nada más empezar su intervención negó que este retiro de cinco días respondiese a una estrategia política, es difícil de creer.

Los españoles también están hastiados del ambiente político, del «y tú más», de las estrategias de insultar al de enfrente 24 horas, siete días a la semana. Sánchez dice que está profundamente afectado por la información que ha trascendido sobre la actividad de su mujer, que califica de «campaña de descrédito». Pero se olvida de que tanto él como su partido, sus socios por la izquierda y en el nacionalismo han contribuido activamente a generar ese ambiente crispado en el que todo vale: desde las burlas en forma de carcajada del propio Sánchez a Feijoo en el Congreso el día de la investidura, hasta las críticas a Ayuso por los problemas de su pareja con Hacienda. Por no remontarnos unos años más atrás con aquellos escraches alentados por sus socios de Podemos.

Si algo ha caracterizado a Sánchez es su capacidad para resistir, esa piel gruesa que lo hace impermeable al dolor. Pero también es su gran defecto, porque lo lleva a admitir todo si sirve para seguir gobernando. Con la operación retiro de cinco días, ha intentado humanizar esa imagen de persona insensible, fría y calculadora. Ha conseguido que su partido se ponga de acuerdo —incluso el siempre díscolo Page—, para pedirle que se quede porque tantos años de control absoluto los dejaría descabezados. Y ha dejado un mensaje para los nacionalistas catalanes: «A ver qué va a ser de vosotros y de la ansiada amnistía si yo me voy».

Todo, ¿para qué? Preside un Gobierno en precario, que no ha sido capaz de aprobar ninguna medida relevante en medio año transcurrido desde que se formó. Está sometido a un continuo chantaje por parte de los nacionalistas catalanes, atado a un prófugo de la justicia al que hay que hacer cada vez más cesiones para tener sus votos. Tiene que poner de acuerdo a tantas formaciones con intereses tan diferentes que solo en contadas ocasiones va a ser capaz de encajar todas las piezas del puzle para gobernar.

Pedro Sánchez, que con su retiro pretendía dar la voz de alarma sobre el nivel de degradación de la vida política española, ha perdido una oportunidad de oro: la de aprovechar su sorprendente órdago para acometer esa limpieza desde las urnas, y que sean los españoles los que decidan quien debe guiar esa regeneración de la vida política y de qué manera.