Primero fue el entremés, luego el sainete y finalmente arribó la astracanada. Es la historia imperfecta de lo grotesco: el teatro más burdo. Era, debo escribir. Porque anteayer llegó Podemos al Congreso y todo se acrecentó. Arriba el telón. Se presentan los redentores. Esos que prometen por imperativo legal y añaden que van a recuperar la democracia y devolverla a la gente. Los que insultan a los que han y hemos (políticos y ciudadanos) levantado nuestro país: esos que desde la transición han edificado la sanidad o educación gratuitas y universales, las prestaciones sociales, autopistas, la pluralidad informativa y la libre opinión, etcétera. Algunos han cometido delitos. Gravísimos. Y esas obscenidades son las que llenan el astracán con la frase celebérrima: peor es robar. Cierto, en este periódico lo hemos escrito miles de veces. Pero es verdad también que esos últimos cuarenta años han sido los mejores de nuestra historia. Punto. Sigo. Llegó Podemos y el espectáculo debe continuar. Anteayer el niño de la señora Bescansa fue el espejo de mi relato. Pasaba de mano en mano como la falsa moneda. Era el símbolo del nuevo tiempo: ese que premia lo anecdótico y oculta lo esencial. Porque lo esencial anteayer fue el desprecio a la ciudadanía. A la buena educación. Convirtiendo la voz del pueblo en instrumento para el astracán mediático de estos iluminados. Yo prometo, y no por imperativo legal, que mi inteligencia ya no puede soportarlo. (Pero peor es robar, por supuesto).