La nueva sumisión de las mujeres libres

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

15 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La finalmente falsa cirugía de Uma Thurman o la forma más que discutible de entender la igualdad entre hombre y mujeres que, por lo que he leído, proyecta la película 50 Sombras de Grey, podrían ser consideradas mera anécdota si no fueran la punta de ese iceberg de nuevas formas de sumisión que pone en peligro la capacidad de decisión de las mujeres en los países en los que aquellas la habían alcanzado tras un largo siglo y medio de lucha por la libertad y la igualdad. Y es que en la historia de esa lucha, que se inicia en Occidente a finales del siglo XVIII con las primeras revoluciones liberales (la americana y la francesa), la pelea de las mujeres por existir como personas fuera de sus casas, por no depender de nadie más que de ellas mismas (liberándose de padres, hermanos, novios y maridos) y por equipararse, al fin, a los hombres, como ciudadanas con plenitud de derechos, configura un capítulo aparte, heroico por la cantidad de obstáculos y prejuicios contra los que las mujeres debieron combatir. La gran literatura (de Flaubert a Edith Wharton, pasando por Wilkie Collins o Jane Austen) deja un auténtico rastro de las iniquidades que sufrieron las mujeres hasta llegar a convertirse en seres libres.

Aunque recordarlo pudiera parecer innecesario, basta con mirar alrededor para darse cuenta de que no. Pues esas mujeres libres de Occidente, que tienen los mismos derechos políticos y civiles que los hombres, están sometidas a nuevas formas de esclavitud que se extienden como la peste. La obsesión por la eterna juventud derivada de un canon de belleza que han impuesto quienes obtienen de él beneficios fabulosos se ha traducido en la carnicería de una cirugía estética que se va pareciendo cada vez más a la de Míster Hyde y el Doctor Jekyll que a la sana práctica quirúrgica con fines reparadores que explica su aparición y desarrollo.

Pero no es solo esa obligación de ser eternamente jóvenes y su traducción en un despiadado mercado laboral que, en determinadas profesiones, aparta de plano a las mujeres de más de 30 años. Es también el renacimiento, entre muchas adolescentes de la primera generación de españolas educadas en la plena igualdad con los varones, de prácticas que indican el fuerte retorno de un machismo que devuelve a nuestras jóvenes a otra época: esos novios que deciden cómo debe vestirse «su chica», qué amigos debe tener y no tener y cuando debe salir y cuando entrar; o esas series en las que ellos son los listos y ellas las tontuelas, ellos los machotes y ellas las pendones, son la expresión quintaesenciada de un galopante ataque a la libertad de las mujeres en el momento en el que aquellas conforman, ¡o no!, la autoestima y dignidad que les servirán para hacer frente en el futuro a un mundo que sigue en gran medida dominado por los hombres.