Pablo Iglesias, ¿estamos a Rolex o a setas?

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

21 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

D espués de meses escuchando hablar de oídas sobre Podemos -y por qué no decirlo, escribiendo también de oídas-, este fin de semana opté por el método empírico: pasar dos días sumergido en Podemos, asistiendo a lo que ellos llaman su primer encuentro presencial. Que ya tiene mérito conseguir cinco eurodiputados sin presentarse siquiera entre ellos. Tengo que decir que la experiencia fue decepcionante. Y no por el contagioso y ejemplar entusiasmo de sus bases -«he venido desde París solo para ver esto», me dijo una joven con el look de revolucionaria aristocrática, al estilo de aquellas heroínas de mayo del 68-, sino por sus líderes. ¡Ay!, los líderes. Una cosa es estudiar la política y teorizar sobre ella, y otra muy distinta ejercerla. Y este fin de semana, algunos dirigentes de Podemos han cometido errores garrafales. Empezando por ese empeño de Pablo Iglesias en reivindicar el valor de no pactar nada con nadie. Ni siquiera con sus compañeros. O conmigo, o contra mí. O yo, o el caos. Y siguiendo por una desconcertante regañina de Juan Carlos Monedero, más Alfonso Guerra que Sancho Panza, a las bases por pedir unidad desde «ahí abajo» (sic) a los de «aquí arriba» (sic), asumiendo así un lenguaje que ni la casta más casposa osaría esgrimir.

Como a esos magos a los que el conejo se les queda en la chistera en el momento crucial, Pablo Iglesias parecía desconcertado al comprobar que sus trucos dialécticos, esos que tan bien le salen en las tertulias de la tele, no funcionaban ante su propia grey. La gente insistía en que hubiera consenso. Y él, no y no. Cuestionado con inteligencia por un Pablo Echenique que demostró mayor capacidad de empatía que él con las bases de Podemos, y que le recriminó su ansia de poder absoluto, Iglesias intentó el truco final. Extendiendo los brazos como un mesías, ordenó silencio a la muchedumbre cuando él hablara. Que nadie le aplaudiera. Cuando comprobó que todos le seguían aplaudiendo dijera lo que dijera, como al Brian de Monty Python, entendió que había empezado a perder el control de la nave.

Pero hay algo más que falla en Podemos. No se puede emerger -y triunfar- con mensajes de izquierda radical y antisistema, para terminar pretendiendo ser el nuevo Adolfo Suárez que va a ocupar «la centralidad del tablero». ¿Estamos a Rolex o a setas?, le preguntaba un vasco a otro cuando este encontraba un reloj de oro mientras buscaban perretxikos. Iglesias ha descubierto que solo con los votos de los cabreados, de los maltratados y de los antisistema no salen las cuentas para gobernar. Y pretende atraerse también los sufragios de la descontenta pero formal clase media por el chapucero método de esconder la patita y ya veremos. Y así, al final, ni mus ni amapolas. Iglesias y los suyos, tan estudiosos, parecen haber olvidado sus lecturas de Abraham Lincoln. «Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todos todo el tiempo». Pues eso.