La interpretación según la cual Rajoy y Mas, que por fin se entrevistarán el día 30 en la Moncloa, estarán entonces en una posición políticamente equivalente, no puede ser más equivocada. Y ello no tanto, aunque también, porque uno sea el presidente del Gobierno y en consecuencia de todos los españoles -entre los que se incluyen, claro está, los catalanes-, y el otro solo el presidente de la Generalitat, es decir, el mandatario autonómico de una parte del país.
No, el elemento que determina la diferencia esencial de posiciones entre ambos presidentes es que, mientras que Rajoy lleva dos años defendiendo la legalidad constitucional, como es su indeclinable obligación, Mas no ha hecho otra cosa que desafiarla, cuando no violarla, de un modo escandaloso, tomando decisiones o impulsando leyes que no persiguen otro objetivo que la convocatoria de un referendo de autodeterminación que es ilegal, pues la Constitución taxativamente lo prohíbe: según ella, ni los catalanes pueden decidir sobre la secesión de Cataluña, ni la Generalitat celebrar una consulta para cuya convocatoria no tiene competencia.
Pese a eso, Mas, pasándose por el arco del triunfo la Constitución, las leyes y la inequívoca doctrina del Tribunal Constitucional, ha acordado ya una fórmula para la celebración de la consulta, fijado la fecha y la pregunta e impulsado una ley autonómica con la que pretende darle cobertura. Y con todo ese arsenal de rebeldías se presentará, como si tal cosa, en la Moncloa, a plantearle a Rajoy y, a través del presidente, a todo el país, un chantaje inadmisible: o se me deja hacer el referendo para la secesión o pondré a España entera al borde del abismo.
Tal es la extorsión que pretende el nacionalismo catalán y así es fundamental subrayarlo una y otra vez: aquí ni hay choque de trenes ni separadores y separatistas, memeces ambas con las que los que, por cobardía o confusión, no son capaces de tomar partido quieren zafarse de sus responsabilidades.
No, aquí no hay más que un tren -el que pilota Mas, ebrio de sectarismo antiespañol-, que circula a toda máquina contra la Constitución, la convivencia de Cataluña y el resto de España y la paz interna entre los catalanes nacionalistas y los no nacionalistas; ni hay más separadores que los separatistas, esos que quieren violar todo lo que se les ponga por delante con el objetivo de celebrar su refrendo de inmediato. De inmediato, sí, antes de que, con el paso del tiempo y la vuelta al sentido común de una población manipulada hasta el extremo, se vaya disolviendo el ambiente irrespirable que el nacionalismo ha instalado en Cataluña, donde estar contra la secesión es ya considerado una traición por quienes agitan la bandera del independentismo y de una supuesta democracia popular que, por supuesto, ni es popular, ni es democracia.