Ayer hubo de tragarse el líder del PSOE la amarga medicina a la que otros están ya, para su desgracia, acostumbrados: que un grupo de energúmenos, bajo la bandera, al parecer, del 15-M, le impidieran dar una conferencia al grito de «Rubalcaba también privatizaba».
Es lo malo que tiene ir por ahí haciendo demagogia y llamando a las masas a las barricadas y a los parapetos: que los más simples, que suelen ser los más sectarios y abusones, te acaban tomando la palabra y poniéndote a parir también a ti.
Si privatizar y recortar constituye, siempre y en toda circunstancia, un abuso reaccionario, como sostiene desde la oposición el Partido Socialista, es fácil, claro, que haya gentes que se lo crean y tiren contra todo el que recorta o privatiza, en la actualidad o en el pasado, sin hacer la distinción de finísimo estilista a la que se apunta Rubalcaba y, con él, todos los suyos: aquella según la cual habría recortes y privatizaciones necesarias (las que hace el PSOE, porque no le queda más remedio) y otras brutales e inhumanas (las que hace, a pura mala idea, el Partido Popular).
Según esa tesis peregrina, que solo compran ya los más fans del sí, bwana, sucedería, pues, con privatizaciones y recortes, lo que con las indecentes concertinas (es decir, las cuchillas para cortar a seres humanos) instaladas en la valla de Melilla: tal animalada, que supone un trato inhumano y degradante de los que prohíbe la Constitución con la que se le llena la boca a tanta gente que luego se la pasa por el arco del triunfo, sería inadmisible cuando gobierna Rajoy pero no cuando gobernaba Zapatero, bajo cuyo mandato se instalaron. Todo un ejemplo de ponderación y sentido común, con el que será fácil convencer a una mayoría de seres racionales de que voten una alternativa al Partido Popular.
Y es que, para que eso suceda, lo primero que tiene que haber, obviamente, es? una alternativa. El PSOE ha decidido en su última conferencia que la forma de construirla es desautorizando de forma radical lo que ahora hace el Gobierno, que es una forma de desautorizar lo que, antes que él, hizo el que presidía Zapatero cuando se lo ordenaron desde Europa en esa carta que el entonces jefe del Ejecutivo no quiso entregar ni a las Cortes, que representan al pueblo español, ni a la prensa, que realiza la función democrática esencial de darle información, pero que no ha tenido inconveniente en publicar en sus memorias para sacarse unos dineros. Tras haber llevado al PSOE a la peor crisis de su historia, Zapatero debería dimitir de lo único que ya puede (de miembro del Consejo de Estado) tras este comportamiento sencillamente impresentable, indigno de quien forma parte del supremo órgano consultivo del Gobierno.
Extraña pareja, esta que forman Rubalcaba y Zapatero, para construir una alternativa.