Incendios forestales: ¿se puede hacer mejor?

Enrique Valero FIRMA INVITADA

OPINIÓN

26 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Porto do Son, 10 de septiembre. La humareda sobre la ría oculta Muros. Día 11, salgo temprano para la universidad. El monte por encima del pueblo se está quemando, las llamas cruzan la carretera que bordea la playa de A Arnela. Al regresar, desde Xuño una lúgubre masa de humo cubre el cielo, adentrándose en el mar. Otros densos nubarrones se muestran obscenos hacia Fisterra. Al pasar por el Fonforrón, silenciosas vecinas observan consternadas el negro escenario. Día 13, arde todo el monte hacia Baroña, mientras cuatro hidroaviones realizan descargas en cadena.

Salgo a la calle. Me topo con Xoán y sus cooperativistas de miel. Largas caras tiznadas entre churretes de sudor, la mirada extraviada, los monos cubiertos de ceniza. «¿Qué pasó?». «Botamos a noite recollendo as colmeas do monte; un desastre?». «¿Se sabe quién ha sido?». «¡Pois claro que se sabe quen é!». Más tarde, en los vinos, ambiente lóbrego, no se habla de otra cosa. «¿A quen se lle ocorreu que as brigadas cobren horas extras pola extinción?». «¡Non se pode mandar aos mariñeiros a traballar no monte, nin aos labradores ao mar!». «¿Por que no limpan no inverno?». «Oiches?, o outro día escoitei a un técnico dando unha orde aos brigadistas, e contestáronlle: ??¡A que vas ao sindicato!??. ¡A mesma merda todos os anos!».

Galicia ostenta (oficialmente) una media de 3.500 incendios cada año. Desde hace veinte, el drama se ha enfocado así: a más fuegos, más medios de extinción. La montaña de dinero que nos hemos dejado por el camino es incalculable. El desatino ha sido, y es, considerar como un asunto forestal lo que es una cuestión de delincuencia. Son esos miles de delitos anuales, impunes, el gran problema. O sea, algo concerniente a las fuerzas de seguridad, a los servicios de información criminal y a la Justicia. En la Fiscalía de Galicia acumulan polvo miles de atestados.

Este modelo absorbente, a todas luces ineficaz, ha generado, además, el abandono de cualquier otra política forestal productiva, de conservación o de hidrología forestal. Las agendas del Consello Forestal de Galicia son monopolizadas por el Plan de Incendios Forestales (Pladiga) de cada año. Dicho sector en pleno lleva años pidiendo la separación de la administración forestal del departamento de extinción. Mientras aquella siga cautiva de esta coacción anual, no habrá dedicación, planificación o recursos para los montes. Tres ejemplos. En este mismo año ni el Seminario Europeo sobre Bosques, organizado en Santiago por Envite, ni el Foro Forestal tutelado en A Coruña por la Fundación Barrié y el Boston Consulting Group, ni el Congreso Forestal Español tuvieron presencia alguna de los máximos responsables de la política forestal gallega.

A pesar del loable desvelo de la actual conselleira, acudiendo a cada gran incendio, tiene la batalla perdida. Ha heredado una hemorragia abierta, imposible de embridar en el modelo actual. No se puede ganar a un terrorismo de guerrillas con la táctica de intentar apagar a base de grandes y carísimos medios lo que otros prenden con una simple cerilla.

La mayoría de las cuadrillas se dejan la piel en la extinción, pero no pueden cubrir Galicia entera, ni trabajar 24 horas atendiendo cuatro focos simultáneos cada día. Sí sería exigible que realizaran trabajos silvícolas preventivos y establecieran líneas de defensa estratégicas el resto del año. No se trata de dejar los montes como un jardín, solo aplicarles selvicultura. Montar un circo de tres pistas cada verano, viciado y plagado de intereses económicos, no funciona. Lo demostradamente efectivo resulta mantener un monte productivo, generador de riqueza y de empleo. ¿Por qué no arden los montes en A Mariña? ¿Por qué no hay incendios en el País Vasco?

O Son, 22 de septiembre. Vuelvo de moderar en Bruselas una de las sesiones de una conferencia sobre bioeconomía y bosques, exponiéndose proyectos de I+D sobre nuevas aplicaciones de los productos de base forestal. Las grandes empresas químicas, farmacéuticas, de energía, acuden ahora a estos foros, empujados por esa estrategia de abandono de los combustibles fósiles. Otro mundo. Galicia sigue ardiendo. Dos hidroaviones recogen agua de la ría y la esparcen en dos incendios en la misma zona que ardió la semana anterior. Resulta duro asimilar que mientras Austria, Alemania o Finlandia han triplicado sus instalaciones energéticas basadas en biomasa forestal, aquí la dejamos en el monte, hasta que se incendie, produciendo erosión y pérdida de biodiversidad, en lugar de kilovatios, calefacción y empleo en aldeas y pueblos.

¿Se puede hacer mejor? Obviamente. Galicia precisaría un consenso general en torno al sector forestal con una estrategia a largo plazo. Superar los acomplejados debates del que fue un escenario de una generación atrás. Se han diseñado muchas directrices y orientaciones en Europa desde entonces. Podríamos empezar por ponerlas en práctica. Sin ir más lejos, el pasado viernes la Comisión adoptó la nueva Estrategia Forestal para la UE. Por otra parte, la ciudadanía espera unanimidad política contra el fuego, no unos carroñeando en las desgracias comunes para atacar a los otros, cuando están en la oposición.

Cambiar el modelo no va a ser fácil, ni se podrá hacer de la noche a la mañana. Debió empezarse hace seis años. Ahora veríamos resultados. Se sugiere no seguir inflando el Pladiga del ejercicio que viene, amenazando con el chantaje del fuego e ignorando cualquier esbozo de política forestal seria. Este cuento no da para más.