La catedral de Santiago está a punto de culminar una reconversión que se inició cuando una tarde de verano alguien buscó un libro que no ya no estaba.
En los próximos días la Fundación Catedral anunciará un nuevo modelo de gestión en el que las obligaciones de este mundo y las del otro estarán separadas, de manera que el plan director del templo regirá la explotación, para utilizar términos economicistas, la conservación, restauración, el control de los ingresos, las medidas de seguridad, la plantilla y todas aquellas cosas que se consideran imprescindibles para una gestión integral de un espacio que es, al mismo tiempo, templo, museo, monumento, obra de arte y un polo de atracción para los visitantes.
Del otro lado de las responsabilidades, del lado del cabildo, quedará la organización de los cultos y también la de la gestión de peregrinos y horarios. Pero el hecho de que el nuevo deán conserve sus responsabilidades como archivero hace suponer que el archivo será una de las responsabilidades que el cabildo mantendrá entre sus cometidos.
Tras la reaparición del Códice Calixtino, miembros del cabildo recordaron que este era un órgano colegiado y que el deán no es el presidente de una corporación como lo puede ser un alcalde de un concello, sino más bien un primus inter pares que no concentraba en su autoridad ninguna de las funciones del resto de los integrantes del cabildo.
Los nuevos tiempos parecen exigir a la catedral la capacidad para autofinanciar sus necesidades como templo y como monumento, también las necesidades de proteger el patrimonio que conservan, en algunos casos, desde hace 800 años.
La reconversión que comenzó tras la desaparición del Códice Calixtino está a punto de alumbrar un nuevo modelo de gestión que, según reiteran sus responsables, mantendrá la identidad de la catedral como uno de los grandes templos occidentales y la de ser uno de los principales museos monumentales de Europa.