Las manos de Trump

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

INTERNACIONAL

Ed

En las películas, la decisión de lanzar una respuesta nuclear va precedida de largos debates. En la realidad, el sistema está pensado para que la decisión se tome en tan solo ocho minutos

19 nov 2016 . Actualizado a las 09:55 h.

En realidad, el temido botón nuclear que el presidente de Estados Unidos puede apretar a su antojo, no existe. Al menos no en esa forma concreta. Lo que hay es un maletín de aluminio forrado con piel que fabrica la empresa Zero Halliburton, que además de hacer maletas tiene una línea de objetos de pega para el atrezzo de las películas de Hollywood.

A ese maletín, los empleados de la Casa Blanca lo llaman jovialmente «la pelota de fútbol» y, como una mala tentación, sigue al presidente a todas partes, cargado sucesivamente por cinco militares que se van turnando; porque el peso del apocalipsis son algo más de veinte kilos. Yo, siempre que sale el presidente norteamericano, busco en la imagen a esta especie de costaleros del fin del mundo. No es fácil verlos, pero a veces se les distingue bajando del Air Force One o junto a la mesita de los canapés en una recepción, sin probar bocado. Miran al presidente fijamente por si les dice que abran el maletín, pero a veces se quedan mirando al vacío, con la mirada, entre existencialista y de hastío, de alguien que carga todo el día con el fin de la civilización.

Dentro de la «pelota de fútbol» lo que hay son instrucciones y un menú para seleccionar objetivos para la guerra nuclear. Pero todo eso no sirve de nada sin lo que se conoce en el argot como «la galleta». Esta es una tarjeta de códigos que permite activar todo el proceso. Los presidentes suelen llevarla en un bolsillo de la chaqueta, como quien lleva la lista de la compra o las gafas. No es infrecuente que se traspapele.

Al parecer, Jimmy Carter mandó la suya a la lavandería dentro un traje al que quería que le quitasen una mancha de huevo. Cuando a Reagan le hirieron en el atentado de 1981 se le cayó la suya al suelo, y allí quedó olvidada hasta que se la encontró un agente del FBI. Bill Clinton la perdió -no se sabe haciendo qué- y no se lo dijo a nadie porque le daba vergüenza. Tardó meses en aparecer; y yo me imagino a Bill y a Hillary, quizás con la ayuda de su hija Chelsea, buscando el papel en el que está escrito el galimatías de la aniquilación humana entre los cojines del sofá, como cuando yo busco las llaves que se me caen del pantalón.

Ni siquiera es esto lo peor. En las películas, la decisión de lanzar una respuesta nuclear se presenta en forma de largos debates agónicos en los que el presidente de ficción sopesa el destino de la humanidad. En la realidad, el sistema está pensado para que la decisión la tome en tan solo ocho minutos, de los que la mayoría se van simplemente en explicarle al presidente lo que está pasando y en convencerle de que no es una broma. Es muy propio de este mundo absurdo que la decisión más grave que pueda llegar a tomar jamás un presidente -o un ser humano, en general- tenga que ser su decisión más apresurada.

Durante la última campaña electoral norteamericana se habló mucho de las manos de Donald Trump, desde que uno de sus rivales en las primarias dijo que eran demasiado pequeñas. El debate degeneró, con bromas de instituto acerca de las distintas partes de su anatomía y la publicación de patrones de las manos de Trump en revistas para que los lectores las comparasen con las suyas. Pero el hecho es que ahora esas manos tienen acceso al maletín del fin del mundo. Efectivamente, son pequeñas. Confío en que sus dedos no lleguen a posarse nunca en el interior del maletín del fin del mundo, pero si algún día lo hacen, será como si las manos de un niño hubiesen hecho la gran travesura cósmica.