Sí al blanco, no al amarillo y al salmón

Laura García del Valle
laura g. del valle REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

ALBERTO LÓPEZ

Arquitectos gallegos apuestan por la tradición, sobre todo en la costa y en los cascos antiguos, aunque varios rechazan la nueva normativa de la Xunta, que los «coacciona»

03 jun 2016 . Actualizado a las 09:45 h.

Mientras el pabellón de España ganaba el León de Oro de la Bienal de Venecia de la mano del coruñés Carlos Quintáns, en San Caetano se daba forma a un proyecto -que en principio está planteado en forma de recomendación- que fijará una guía colores y materiales para el remate de las casas que evite una incongruencia estética con el entorno. Al vanguardismo pocas veces le acompaña un plan de restricciones, por eso, muchos arquitectos gallegos consideran una coacción a su libertad como creadores que se les imponga una gama de colores u otra. Sin embargo, hay quien piensa que esto es lo mejor que le podría pasar al paisaje de la comunidad, «lleno de verdes y rosas chillones».

Esta frase pertenece a Isabel Aguirre, que además de arquitecta es paisajista. Para ella no cabe duda de que, como sucede en otros países como Francia, deben establecerse unos parámetros comunes en cuanto a la gama cromática de las viviendas de las diferentes zonas de Galicia. «El impacto visual de un color que no casa con el entorno es exagerado», comenta. Y continúa: «Hace años, las carpinterías, salvo en los pueblos marineros, que se pintaban con lo que sobraba de los barcos, se teñían de blanco, de rojo o de verde Betanzos: colores que se integran perfectamente con la piedra».

Carlos Quintáns, también a favor del plan de la Xunta con el Colexio Oficial de Arquitectos, considera, igual que la paisajista coruñesa, que, por definición, «Galicia es blanco». Hace años se encalaban las casas porque «era lo que había, y por protección», afirma Quintáns, y «parece que porque ahora se puede conseguir cualquier color para una vivienda, la gente no entiende que la diferenciación -entendida como conjunto- es algo bueno, y sin embargo, muchas casas distintas son como cacofonías».

Libertad, no libertinaje

Hasta hace poco, comenta este arquitecto, «se podía vivir en la tradición, y en la actualidad parece que no: lo último que ha ocurrido con amarillos, naranjas y salmones es un drama». «No se hace peor arquitectura por poner restricciones. Esta debe entenderse siempre en un entorno, en un clima... La libertad de creación que no atiende a estos criterios no es libertad, sino libertinaje: hay que entender que una casa con un color determinado puede dañar totalmente el paisaje».

Atendiendo también a la tradición, Carlos Coto, asegura que es necesario restringir los colores, además de en las zonas de costa, en los cascos históricos -menciona el caso de la gama de blancos de Santiago como un buen ejemplo-, pero que hay excepciones como «Rianxo o Carnota donde las casas de colores dan encanto», como en Finlandia, dice el arquitecto rianxeiro.

Con algo más de distancia observa Celestino García Braña esta propuesta. Y es que este arquitecto coruñés duda que una propuesta determinada de una gama cromática pueda ser eficaz. «Primero hay que leer el documento, y ver qué colores se proponen para los exteriores de las casas, porque hay que tener en cuenta que un mismo color, sobre un material o sobre otro queda completamente distinto».

«La buena arquitectura la hacen los buenos arquitectos. No creo que haga falta ser tan estrictos ni que vaya a mejorar ningún lugar tanta restricción: se limita la creatividad porque lo decide... ¿quién?», se pregunta el arquitecto Juan Creus. Y como él, otros tantos. No es que estos arquitectos aboguen por el libre albedrío estético, sino que parten de la premisa de que no necesitan imposiciones ajenas, sino que los criterios de un buen arquitecto siempre van a ser solventes. «Todo lo que sale de un recetario es malo», opina Alberte Pérez, que ha realizado una de las obras seleccionadas en Venecia, y añade: «Con estas normativas se tiende a la simplificación; se olvidan de la vida de los lugares y de sus características particulares». «Como solución de urgencia para cascos antiguos está bien la medida. Pero hay que entender que si hay un vacío urbano, dejar paso a la creatividad del arquitecto es positivo», comenta el arquitecto viveirense Emilio Casariego.

Uno de los puntos que más ha chocado al gremio es la división en doce áreas paisajísticas a la hora de establecer el catálogo de remates. «¿Cuáles son las líneas que determinan dónde termina una zona y dónde empieza otra?», se plantea Carlos Coto. «¡Deberían hacerse 40 áreas! Este tipo de repartición tiene que realizarse en base a la tipología tradicional, y en cada zona hay micropaisajes». Este rianxeiro es de los que cree que no solo hay que impulsar esta normativa, sino que hay que ir aún más lejos. «Si se queda en una recomendación es un brindis al sol, tiene que establecerse un control».