¿Volverá a salir este tren?

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

La mayor parte del escaso pasaje del Ferrol-A Coruña desconocía, por la falta de información, si su frecuencia hacía el último trayecto

01 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Puntual, fiel a su costumbre, ayer salió a las 8.32 el último servicio de Ferrol hacia A Coruña. Una hora y 45 minutos antes había partido otro último convoy, el primero de la mañana que unía la ciudad naval con A Coruña. Ambos servicios podrían verse sustituidos a partir del lunes por un larga distancia que pondrá al pasaje en destino algo más rápido, pero que pasará de largo por las pequeñas estaciones que jalonan su hermoso recorrido: Cambre, Miño, Perbes, Barallobre, Neda...

«¡Qué me dice! Pero si nos acaban de dar un horario en la estación y no nos han avisado nada». Antonio y Raquel van a pasar el fin de semana a la ciudad. Son usuarios del tren, pero no tanto. Más que del bus. «Cuesta el doble», dice él. «Y eso que aquí, en Galicia, el transporte público está muy mal», dice ella, que es de Madrid. Pero ninguno de los dos se queja del tren que nos saca de la ría de Ferrol. Después de un poco de palique, Antonio reflexiona: «Con esta ocupación me parece lógico que supriman este tren. Pero no me parece justo».

En realidad, el tren tiene una ocupación poco más que testimonial: una familia inglesa, un par de parejas jóvenes, una estudiante, una madre que va a pasar el fin de semana con su hijo, una abuela que regresa a Monforte tras visitar a su hijo en Ferrol, el inevitable ferroviario... personajes ocasionales en su mayor parte. En Pontedeume se sube una joven con un libro que manifiesta sorpresa y fastidio en cuanto la pongo al día de lo histórico del viaje: «¡Oh, no! Eso sí que es una mala noticia».

Menos tren, más coche

Annina es suiza («Estoy acostumbrada a un transporte público más desarrollado», se disculpa), se casó con un vecino de Pontedeume y ahora investiga y da clases en la Universidade da Coruña: «Vengo en tren dos o tres días a la semana por conciencia medioambiental. Si suprimen el servicio tendré que ir todos los días en coche». Annina entiende que su actitud no es común en este país; casi nadie tiene en cuenta su «conciencia medioambiental» a la hora de desplazarse. Mientras hablamos, el tren para en Perbes, donde se sube una señora mayor con un carrito de la compra. Justo el cliente que va a perder el servicio. Pero antes de que la profesora acabe de explicarme por qué es mejor más trenes que más coches, ya estamos en Miño y la señora del carrito se me escapa como una oportunidad perdida. ¿Pensará que se le ha acabado ese pequeño lujo ferroviario? Nunca lo sabremos.

«Yo uso el tren por esto». Rosa indica con la palma de la mano la ventana que ahora atraviesa el entorno de Cecebre, estrenando por cierto su condición de reserva de la biosfera. Ella es la que va a pasar el fin de semana con su hijo, que está estudiando en A Coruña: «Usted no se da cuenta, porque va trabajando, pero este es un viaje muy bonito». Pese a todo, me doy cuenta. «Si tengo que ir a A Coruña para llegar a una hora en concreto, cojo el bus. Pero si voy con tiempo, prefiero el tren. Es más bonito», explica Rosa, que también lamenta la desaparición del servicio.

Indiferente adiós

Sin embargo, los escasos pasajeros que cubren este último trayecto entienden la decisión. A la vista está: «Bueno, el pasaje es variable -corrige el interventor-. En verano suele haber más viajeros. Y los días que van y vienen los estudiantes, también». Hoy no es el caso. La despedida no está siendo, desde luego, un acontecimiento. Pero Ángela, una estudiante de 19 años, corrobora que los domingos por la tarde, «va lleno de estudiantes». Ahora mismo, los dos somos los únicos ocupantes de un vagón en el que caben sentadas más de medio centenar de personas. A mí me ha costado el billete 4,70 euros (tarifa ida y vuelta). A ella algo menos, gracias al carné joven. Hoy está haciendo un trayecto extraordinario a causa de un examen. Sus trenes de ida y vuelta, los que usa todas las semanas, seguirán yendo y viniendo: «Entiendo que no pueda ser muy rentable, pero no crea que hay tantos horarios como para que quiten trenes».

En Cambre suben otras dos estudiantes que también se llevan las manos a la cabeza con la posible noticia: «No tenía ni idea. Es increíble, tengo que perderlo, para enterarme», dice Paula, que explica con rapidez y eficacia las ventajas del tren: «Tardo quince minutos en llegar a Elviña. En autobús son 40». Al cabo de un rato concluye que tendrá que animarse por fin a coger «algo más el coche» una cuestión que, al parecer ha ido posponiendo desde que se sacó el carné.

En un pispás y con la puntualidad con la que debería cerrar un servicio, nos plantamos en A Coruña, donde se dispersa lo poco que queda de lo que nunca fue gran cosa. El hermoso recorrido se completa ante la indiferencia de todo el mundo en el único andén al que se puede acceder sin pasar un torno. Al fin y al cabo, en los tiempos del recorte permanente, ¿quién va a echar de menos un tren que ya no parará en Perbes?